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Los mercados aumentan exponencialmente su turbulencia, en la medida en que los actores oferentes de las diversas alternativas de productos y servicios intentan tomar alguna parte significativa del pastel de los consumidores.

Esto reta la gestión de los gerentes, de manera que las estrategias exigen un alto grado de análisis para no caer en la peor de las tentaciones, que sería enfrentar su competencia sin otra alternativa que una guerra de precios sin futuro, donde los valores agregados se degradan y el concepto de utilidad marginal se pierde en ese mundo de competencia absurda que concluye con la quiebra de aquellos actores que no logran sobrevivir en medio de tales batallas.

Los que logran sobrevivir, pierden capacidad de maniobra en la medida en que las reservas para su desarrollo se ven seriamente mermadas en esta estrategia desesperada y, a veces, irracional de reducir los precios hasta ver quien tiene más capacidad de aguante.

Estas circunstancias determinan que hoy, más que antes, la capacidad de gestión de la gerencia y su aporte al valor de la organización dependa, casi que exclusivamente, de su creatividad estratégica que asegure el crecimiento en el largo plazo de la organización.

La estrategia, en términos de Administración, podemos definirla como el “conjunto de acciones que la gerencia propone a la organización con el fin de alcanzar una posición determinada en un mercado” (Jairo A. Trujillo Amaya, “Módulo de Administración, Universidad de Santo Tomás”)

La estrategia exige de los gerentes una mentalidad sistémica y no lineal o estructural que les permita atender, en su proceso de conocimiento e investigación, la totalidad de los fenómenos con lo diversos factores y elementos que constituyen su esencia. Ello exige una habilidad muy especial para atender simultáneamente múltiples eventos.

Esta capacidad para apreciar, interpretar y entender, varios eventos de manera simultánea, mi generación, pudo ver cómo la empezaban a desarrollar nuestros hijos; cuando, a la vez que hacían sus tareas, escuchaban la radio, veían la televisión y hablaban por teléfono con los amigos. Nosotros, no lo entendíamos y no lo aprobábamos. Por lo que, con frecuencia, les llamábamos la atención, con el fin de que se concentraran en una sola cosa. No estábamos preparados para aceptar un proceso evolutivo altamente significativo que los preparaba para un mundo complejo que les exigía ordenar su inteligencia para desempeñarse, más eficientemente, con un pensamient complejo.

No puede haber gerente sin estrategia y, cuando los resultados no se alcanzan, esta situación exige cambiar las estrategias. Si la gerencia no es capaz de presentar nuevas propuestas estratégicas, su capacidad gerencial está agotada y la Junta Directiva debe considerar seriamente el cambio del gerente.

Dentro de la diversidad de estrategias que se presentan y de lo cual se encuentra mucha literatura, hay una que las cubre todas y que es aplicable a cualquiera de los retos que debe enfrentar cualquier gerente en cualquier sector de la economía. Es la innovación.  

La innovación exige el pensamiento creativo de la gerencia para interpretar las necesidades de los consumidores y transformarlas en deseos que se concretan en servicios y productos específicos que, de manera renovada, satisfacen sus necesidades” (Jairo A Trujillo Amaya, INALDE, Política de Empresa).

Solamente una estrategia de innovación sistemática que, permanentemente, esté afectando a la cadena de suministro con el fin de mejorar su posición en el mercado, en cada uno de sus eslabones, asegura la sostenibilidad de las empresas en el mediano y largo plazo. Cuando esta disciplina se pierde, la empresa empieza un proceso corrosivo en sus eslabones que le quita flexibilidad y agota sus posibilidades de respuesta efectiva a las exigencias, cada vez, más crecientes de los mercados.

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