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La apertura comercial de Colombia se iniciaba principios de los años 90s con los tratados binacionales con Venezuela.

Venezuela, concentrado en su emporio de explotación de materias primas no había aprovechado esa riqueza extraordinaria para desarrollar su producción manufacturera y, mucho menos, de servicios, con el fin de abastecer su mercado interno; pues la inmensa industria de extracción de materia primas le permitía darse el lujo de importar cuánto producto manufacturado requiriera. Como si esto fuera a durar toda la vida, tampoco estimulaba la producción nacional con políticas económicas y arancelarias orientadas a proteger los impulsos emprendedores que se apreciaban, en mínimo grado, pero que, sin la protección del Estado, no les permitía asegurar un crecimiento estable a futuro.

Así fue cómo, Colombia, se había vuelto proveedor natural de todos estos productos y, la escasa producción nacional venezolana, de baja calidad, no constituía un reto significativo para los empresarios colombianos que nos encontrábamos en el escenario más cómodo posible: un mercado nacional protegido por el Estado colombiano y unas exportaciones aseguradas de productos manufacturados hacia Venezuela que no proponían ningún desafío importante de productividad, calidad ni innovación, lo que hacía que cerca del 90% de nuestras exportaciones se dirigieran a ese país y que nuestra clase empresarial siguiera siendo un parásito del gobierno de turno que la protegía por medio de una estrategia de cuotas de importación de productos que llegaban de los países desarrollados a cuenta gotas y sin hacerle ni cosquillas a los empresarios colombianos, pues, el gobierno, con medidas arancelarias y de restricción a las importaciones, manipuladas por el Instituto Colombiano de Comercio Exterior, se encargaba de evitar la libre competencia entre empresarios de la manufactura y el comercio, que es una de las virtudes más importantes para el desarrollo del progreso de los pueblos: vía precio, calidad e innovación.

En este escenario, se desenvolvía la economía de los dos países que iniciaban un proceso de integración comercial que pintaba muy interesante, pero que imponía nuevos escenarios para los que no estábamos preparados y, además, provocaban divisiones internas entre los empresarios y comerciantes de los dos países.

FEDEMETAL, gremio que reunía a manufactureros de productos derivados del acero y las siderúrgicas colombianas, no sería ajeno a esto, lo que fraccionaba la unidad y generaba tensiones entre las acerías que no querían competencia internacional para sus productos y, los manufactureros, que requeríamos con urgencia insumos de buena calidad y a menores precios.

En este orden de ideas el gobierno nacional de Colombia propuso una delegación colombiana para tratar con Venezuela la liberación de aranceles, de manera bilateral, para integrar la industria siderúrgica y de manufactura de los dos países. En ella estuve en representación de los manufactureros colombianos.

Mientras tanto, un proyecto de integración regional como el Grupo Andino, hacia agua, pues los miembros de este grupo, en representación de los estados miembros, eran fichas políticas de los gobiernos a los que representaban sin la menor idea de lo que significa el comercio internacional para los empresarios. Esos personajes solamente se preocupaban de cobrar sus extraordinarios honorarios y desangrar con sus componendas a sus respectivos países.

Las negociaciones no eran fáciles. Pues aunque cada grupo de empresarios, en cada país, era consciente de la importancia de los acuerdos que se proponían, los intereses particulares de algunos, como las siderúrgicas, en el caso colombiano, no estaban dispuestos a ceder ninguna parte del pastel del que, hasta en ese momento, se habían alimentado.

Fue así como, regresando de una de esas negociaciones a Colombia, propuse, en el seno de FEDEMETAL, que era necesario que el gobierno de turno sirviera de árbitro y resolviera, de una vez por todas, nuestras diferencias. Pero debería ser a nivel de una reunión con el presidente de la República.

Logramos que el presidente nos recibiera en la casa de Nariño y nos preparamos para esa reunión. En medio de las reuniones preparatorias nació una preocupación adicional, pues tuvimos que considerar los escenarios que se darían y, uno de los más importantes, era que el presidente de Colombia estaba, seguramente, atendiendo más de 8 mil problemas que tenía en la cabeza en ese momento, producto de las circunstancias del narcotráfico que había penetrado en todas las instancias del gobierno, comprometiendo con sus tenazas al mismo presidente del país. Esto nos puso bastante escépticos con la reunión, pero había que ponerle todo el entusiasmo e inteligencia al tema.

Llegamos a la reunión con el presidente y nos pidieron que nos desplazáramos a una sala que había preparada para ello, donde se encontraban dos ministros y varios funcionarios del gobierno. La espera a la llegada del presidente fue larga y, cuando apareció en la reunión, como buen cachaco, nos saludó a todos con mucha simpatía. Me dejó sorprendido que me saludara por mi nombre, sin haber tenido antes ninguna relación con él; se veía que era un hombre que, como buen político, se preocupaba por todos los detalles.

Todos sabíamos los problemas en que andaba, pero me sorprendió su ánimo jovial y dicharachero. Además, tenía muy claro el problema y hasta creo que la solución, pues, aunque no la planteó allí, se veía muy seguro de tenerla entre manos y nos indicó que sus ministros estudiarían el tema del cual tendríamos una respuesta en los próximos días. Efectivamente, la respuesta llegó respaldando la posición de los manufactureros, lo que no dejó muy contentas a las siderúrgicas. A mi juicio, este fue el principio de la fractura de FEDEMETAL que, a los pocos años, se disolvió y tuvo que ser absorbida por la ANDI ante la muerte por inanición de un gremio que fue tan importante para el país.

La verdad es que la reunión con el presidente me dejó muchas impresiones encontradas: los ocho mil problemas que en ese momento tenia, no afectaron el buen ambiente de la reunión. Tampoco el nivel de información que manejaba de nuestro asunto y, mucho menos, su aparente despreocupación de los diferentes temas a su cargo; un prejuicio que tuve antes de la reunión pero que, con su conocimiento del tema, me dejo sin argumentos. También, me sorprendió que, al final, interrumpió la reunión diciendo que habíamos terminado y que iba a ver un capítulo de una novela que era furor en la televisión colombiana y que él no estaba dispuesto a perderse. Terminamos todos viendo el referido capitulo y así finalizó nuestra tan planeada reunión.

Empezó, a partir de ese momento, un panorama de mucha luz y confianza para los empresarios de manufacturas de acero que duró lo que dura un merengue en une escuela, pues, los últimos tres años del siglo pasado, el país se descuadernó, como resultado del oligopolio financiero que ahorcó y quebró a la gran mayoría de los empresarios que empezaban a capitalizar, con esperanza, la apertura de los mercados internacionales. Pero esto será tema de otro escrito.

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