Tiempo de pasión; de mucho sufrimiento, pero también, tiempo de esperanza; tiempo de resurrección que nos anuncia un mundo mejor, en una nueva vida que transciende la que llevamos en este mundo. Aquí no termina todo. Es el inicio y preparación para un mundo mejor.¿Alguno recuerda cómo nació? ¿Cómo era su vida antes de nacer?
Los componentes de las primeras células que dieron origen a nuestra vida humana iniciaron una dinámica increíble de desarrollo y crecimiento en el vientre materno. Esos componentes, sintetizados en nuestro ADN, nos permitían desempeñarnos con todas nuestras facultades; limitadas, simplemente, por el medio en que estábamos, pero con todas las potencias que son inherentes a la persona humana: con capacidad de sentir, percibir y pensar.
Así pues, esa vida que tuvimos allí, en el vientre materno, en un momento imprevisto y traumático, cambió para todos los nacidos. Fue lo que en este nuevo mundo llamamos el parto que, al interior del cuerpo de nuestra madre, nunca preveíamos, pero, inexorablemente, se aproximaba, marcando algo así como un final de la existencia, sin caer en cuenta que las sensaciones que teníamos de sonidos, temperaturas, etc, eran todas procedentes de un mundo exterior que, seguramente, percibíamos de alguna manera, pero no podíamos comprobar ni imaginar.Ese final de nuestra vida, al interior del cuerpo de nuestra madre, culminó con un instante traumático, lleno de incertidumbre, angustia y dolor. Fue la muerte necesaria para dar un paso adelante y llegar a un mundo inimaginable para el no nacido aun, inmenso y hermoso, pero también, afectado por nuestra relación con este, para bien o para mal, sin determinismos, solamente resultado de nuestra interacción con la naturaleza y los otros a quienes nos debemos y por los que nos debemos.
En este mundo lleno de desafíos, alegrías y sufrimientos, estaremos, hasta que nos llegue, nuevamente, un estado de muerte que nos lleve a esa otra vida que, al igual que en el vientre materno, percibíamos, pero no alcanzábamos aún a imaginar.
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