De regreso a Bogotá, después de haber salido de Cali, me dediqué a vender mis servicios de asesoría a empresarios. Dentro de esas oportunidades, salieron propuestas de compañías muy prestigiosas que, al contactarlas e investigar sus propietarios, pude darme cuenta que habían sido compradas por mafiosos que colocaban en sus cargos de dirección a profesionales prestigiosos que utilizaban para lavar su imagen y dineros mal habidos.
También, en la sociedad bogotana, se habían infiltrado tales personajes, haciendo negocios con buena parte de ella. No había ruido nacional sobre lo que hacían y sus operaciones pues, en lo público, hablaban mal de las mafias, pero, por otra parte, trabajaban con ellas estrechamente, lucrándose de las propuestas que les planteaban y vinculándose, gracias a sus ganancias, en la política nacional. Fue así como llegó al Congreso de la República un personaje como Pablo Escobar Gaviria y, también, fue así como los paramilitares, con Marcuso a la cabeza, fueron invitados al Congreso para presentar su ideario político, con el fin de justificar las masacres que estos grupos realizaban en todo el territorio nacional para defender las propiedades, bien o mal habidas, de sus instigadores que estaban asentados en el congreso y otros cargos públicos a nivel nacional.
Pienso, al recordar estos tiempos, ahora con la serenidad que dan los años y tantas experiencias, que fue esta sociedad centralista, de espaldas al país, la que más se prestó para tales abusos, echando las culpas a otras regiones colombianas que nunca llegaron al nivel de corrupción de los políticos del centro del país.
El propósito de independencia al que me llevaban las circunstancias de seguridad que había tenido, se me dificultaba y, como disponía de algún dinero ahorrado, me animé, por las invitaciones de una persona que conocía de hace muchos años y que era merecedor de toda mi confianza, a invertir en varios negocios que este personaje me había propuesto: una compra de ganado para colocar en una finca que había comprado; un firma constructora donde vinculó a varios de sus amigos y una comercializadora internacional que gerenciaba uno de sus parientes.
Toda esta inversión se perdió con el tiempo: El ganado no producía y cada vez se perdían más animales por circunstancias diversas; la constructora se la robaron sacando préstamos a nombre de este personaje y algunos de sus socios más allegados, dejándonos, a dos socios, con las deudas en los bancos, deudas que se habían conseguido para financiar las obras, gracias a mi prestigio con el sector financiero; y, finalmente, llegó la quiebra de la comercializadora a la que le extrajeron todo su capital.
En pocos años perdí todo mi patrimonio y, todo ello sucedió por la excesiva confianza que, de manera estúpida, deposité en semejante socio que, si bien había conocido desde que él era un niño, con el tiempo, se había convertido en un estafador que, haciendo negocios similares y de lavado de dineros con sus amigos de muy dudosa reputación, había logrado una gran fortuna.
La enseñanza que todo esto me dejó, es que hay que aplicar siempre el refrán popular que dice: “el que tenga tienda que la atienda” y hay otro que también agregaría: “caras vemos pero corazones no sabemos”
Pero, retomando el tema, a los tres meses de haber salido de Cali y después de haber acordado estas inversiones que con el tiempo fueron malogradas y me constaron muchos dolores de cabeza, recibí una oferta para gerenciar el periódico El Heraldo en Barranquilla. Cosa que me animó a dejar mis inversiones en manos del sujeto ya descrito, para seguir vinculado al sector de medios de comunicación que tanto me apasionaba.
Estos serán temas que comentaré en la siguiente entrega.
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