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El discurso del odio, como, por ejemplo, el Régimen Nazi y su persecución a millones de judíos, el Ku Klux Klan con sus actos racistas y xenofobicos, el Genocidio de Ruanda y múltiples sucesos en la historia, han sido una muestra de cómo la aversión hacia otros que “son diferentes” pueden terminar en eventos fatales.  Es notable, que día a día, la oleada de odio amenaza la estructura de la democracia, los valores y el bienestar de los individuos.

El crimen en todas sus expresiones se ha convertido en un fenómeno tan habitual que los individuos parecen aceptarlo con resignación. Su objeto se ha abordado desde diferentes disciplinas dado el componente social implícito, desde la psiquiatría, por ejemplo, el crimen es la satisfacción impulsiva de suplir necesidades biológicas asociadas a conductas antisociales.

A partir de la economía del crimen, el individuo hace un análisis entre costo y beneficio de cometer o no un acto delictivo. Del mismo modo, la teoría económica supone que la asignación de recursos del Estado en una sociedad guarda relación con el número de delitos en la misma. Aristizábal y Osorio (2016) sugieren que, bajos niveles de crecimiento y altas tasas de desempleo están correlacionadas con los crímenes.

Empero, la teoría de la elección racional podría ser limitada para estudiar los crímenes, por un lado, las múltiples opciones de elección que tiene un individuo podrían llevar a este a no pensar en el deber ser. A su vez, este enfoque no tiene en cuenta procesos psicológicos y emocionales propias del sujeto como el odio, que lo llevan a actuar de forma irracional y que no necesariamente implican un beneficio económico.

Es así, que pareciera que fuéramos personajes de la obra maestra de Dostoievski, “Crimen y Castigo”, el personaje principal Rodión Raskólnikov, quien creía que existían dos tipos de hombres, quienes eran superiores y por ello podían cometer crímenes atroces para mantener el bienestar colectivo y los demás, quienes debían someterse a las leyes. Pero en la práctica, ¿Quién tiene el derecho de dañar o acabar con la vida de otros?, ¿Por qué una persona se siente con la autoridad de vulnerar a quien es diferente?

Es probable que quienes son víctimas se formulen estas preguntas y se cuestionen: ¿Por qué yo?, por ejemplo, para poblaciones con identidad propia como la LGBTIQ+, que se relacionan con la orientación sexual e identidad de género, distintas a lo que tradicionalmente se estipula, las agresiones y vulneraciones están sujetas al entorno cultural, político y socioeconómico.

Para Braga (2020), los niveles desproporcionados de violencia que enfrenta esta minoría van más allá del nivel de desarrollo económico en un país. La desaprobación de un individuo o su rechazo hacia un miembro LGBTIQ tiene como propósito degradar, agredir y reeducar su diversidad sexual por considerarla no apta en los límites sociales.

En Colombia, “entre 2014 y 2018, 545 personas LGBT fueron asesinadas en Colombia. El prejuicio es uno de los grandes detonantes de este tipo de violencia” (Jáuregui, 2020). Los autores de los crímenes en la mayoría de los casos son cercanos a la víctima, puede comenzar con una burla o un chiste por su diversidad sexual y en el peor de los escenarios conduce a abusos físicos y sexuales.

Por su parte, organismos en materia de producción de estadística han procurado avanzar en estudiar este fenómeno, donde se observa un componente socioeconómico que puede ayudar a comprender los crímenes de odio, ya que, los estratos más vulnerables, niveles de escolaridad bajos, precariedades y pertenecer a otras minorías aumenta la probabilidad de ser víctima de un delito por prejuicio.

Esta recopilación de información no ha sido sencilla, existe una baja tasa de denuncia, producto del miedo que tiene esta población a denunciar por temor a ser juzgado o agredido por su identidad y por la falta de confianza y desconocimiento en los servicios de justicia. Incluso se habla de datos ocultos dentro de las mismas estadísticas, ya que las encuestas actuales asociadas a convivencia ciudadana indagan en los crímenes que tienen los ciudadanos, pero no si estos fueron producto de su orientación sexual e identidad de género. A su vez, los estudios tienen en cuenta urbes y población jóvenes por lo que no capta la totalidad del fenómeno generando brechas en su análisis.

Por tanto, es de vital importancia, replantear las metodologías para estudiar este fenómeno y la economía al ser una ciencia social debe ir más allá de la noción racional y comprender que si bien, ir en contra de la naturaleza humana es imposible, estos crímenes pueden abordarse de forma interdisciplinar para enriquecer la teoría económica. Finalmente, la culpa no puede recaer netamente en las estadísticas, sino en la jurisprudencia y el papel del Estado que debe asignar recursos para prevenir y juzgar estos actos, pero también, en dar atención especializada para que acuda esta población para tener un panorama más amplio del origen y comportamiento de estos crímenes.

Laura Vanessa Tejada, Economista Universidad Santo Tomás

  

 

Referencias bibliográficas

Aristizabal Aristizabal, S. D., & Osorio Pérez, J. C. (2016). Econometría aplicada a la Economía del crimen. Santiago de Cali: Universidad ICESI

Braga, F. (2020). Access to Justice por LGBT People Who were Victims of Sexual and Genderbases Violence in Souteast Asia, Europe and North America. A Comparative Research. London: Conference on Gender & Women Studies 2020.
Jáuregui, T. T. (26 de Febrero de 2020). Cerosetenta. Obtenido de Universidad de los Andes: https://cerosetenta.uniandes.edu.co/violencia-lgbt/

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