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A propósito del día mundial para la prevención del suicidio, es importante destacar que este fenómeno se ha convertido en un desafío de salud pública que afecta a todos los rangos de edad, siendo particularmente preocupante entre los adolescentes. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su informe de 2021, el suicidio representa la segunda causa de mortalidad en el grupo de personas de 15 a 29 años. En el contexto de Colombia, se observa que el suicidio ocupa el tercer lugar como causa de defunción en niños y adolescentes de 10 a 19 años. Numerosos factores pueden aumentar el riesgo de suicidio en los adolescentes.

En esa misma línea, cada año, más de 703.000 individuos pierden la vida como resultado de múltiples intentos de suicidio, lo que equivale a una muerte cada 40 segundos. Desde que la OMS declaró la pandemia de COVID-19 en marzo de 2020, un mayor número de personas ha experimentado pérdida, sufrimiento y estrés, lo que ha acentuado la urgencia de abordar esta problemática de manera integral. Según el boletín epidemiológico de Colombia (2023), el intento de suicido tiene cifras bastante elevadas, i.e., Antioquia tiene 4.059 casos confirmados, Cundinamarca registra con 1.768  y la Guajira con 1.700 casos confirmados.

La comprensión y el abordaje de la complejidad de las conductas suicidas comienzan por la identificación de factores de riesgo y de protección. Estos factores de riesgo abarcan un amplio espectro que incluye desde el sistema de atención médica y la estructura social hasta los niveles comunitario, interpersonal e individual. Entre los factores de riesgo se cuentan las barreras que dificultan el acceso a la atención médica, las crisis, los conflictos armados, los intentos previos de suicidio, entre otros. Estos elementos a menudo se combinan de manera acumulativa, aumentando la vulnerabilidad ante la conducta suicida. A pesar de que existe una relación bien establecida entre el suicidio y los trastornos mentales, es importante destacar que muchos suicidios también pueden ocurrir de manera impulsiva en momentos de crisis, como consecuencia de problemas económicos.

Por otro lado, los factores de protección incluyen relaciones personales sólidas, creencias religiosas o espirituales y el uso de estrategias de afrontamiento positivas. Reducir los factores de riesgo, como restringir el acceso a medios letales, y fortalecer los factores de protección para promover la resiliencia son enfoques efectivos para reducir las tasas de suicidio. Sin embargo, en muchos países, la prevención del suicidio ha sido insuficientemente abordada debido a la falta de conciencia acerca de su relevancia como un grave problema de salud pública, lo que a su vez desalienta a las personas a buscar ayuda. El subregistro y la clasificación incorrecta de los suicidios son desafíos significativos, en parte debido a la sensibilidad del tema y su consideración ilegal en algunos lugares. La necesidad de abordar este desafío es innegable y requiere medidas inmediatas.

El impacto del suicidio abarca diversas categorías que van más allá de la persona que lo comete. En primer lugar, está la pérdida y el duelo que afecta profundamente a los familiares y amigos de la persona fallecida. Este dolor puede ser abrumador y desencadenar una variedad de emociones intensas como la tristeza, la ira, la culpa y la confusión. La incapacidad para comprender por qué ocurrió el suicidio puede agravar aún más este sufrimiento.

Aunado al sufrimiento personal, el suicidio adolescente también tiene un impacto en la comunidad. Puede generar una sensación generalizada de inseguridad, haciendo que las personas se preocupen más por su propia seguridad y la de sus seres queridos. Esta preocupación puede llevar a un aumento en la vigilancia y la sospecha, lo que crea un ambiente más tenso y hostil en la comunidad.

El estigma es otro efecto perjudicial del suicidio. Con frecuencia, las personas que se suicidan o tienen pensamientos suicidas son estigmatizadas, lo que dificulta su búsqueda de ayuda. Este estigma puede contribuir a que el suicidio sea un problema aún más difícil de abordar, ya que las personas pueden sentirse avergonzadas o marginadas por sus luchas emocionales.

En conjunto, estos impactos sociales crean un entorno devastador para las familias, amigos y la comunidad en su conjunto. Pueden dar lugar a un aumento en los sentimientos de tristeza, ansiedad y desesperación, y pueden influir en las actitudes y creencias de las personas sobre la vida, la muerte y la salud mental. En algunos casos, el suicidio puede percibirse erróneamente como una salida o una solución a los problemas, lo que puede contribuir a problemas de salud mental adicionales y a la falta de atención temprana para prevenirlo. Esto a menudo conduce a la errónea percepción de que el suicidio es un acto de valentía o sacrificio, en lugar de reconocerlo como un grave problema de salud pública que requiere una atención y apoyo adecuados.

Si usted o alguien que conoce corre riesgo de suicidio, busque ayuda de inmediato. Hay muchos recursos disponibles, como líneas de ayuda, centros de crisis y profesionales de salud mental, las señales de advertencia del suicidio adolescente pueden incluir cambios repentinos de humor o comportamiento, pérdida de interés en actividades que antes disfrutaba, conversaciones sobre la muerte o el suicidio, dificultad para dormir o comer, alejarse de la sociedad y autolesiones. Esto nos compete a todos.

Samuel David Jimenez Pulido

Estudiante de Economía

Facultad de Economía-Universidad Santo Tomás

 

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