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Llegó la hora cero para que Colombia sepa quiénes van a ser sus dirigentes regionales para los próximos cuatro años. Los candidatos y todos sus equipos políticos están prestos a los boletines de la Registraduría para saber si se quedaron con las tan deseadas curules, o si por lo menos pudieron superar el umbral.

 

Hasta antes del cierre de las urnas, los candidatos solo cuentan con la información de algunas firmas encuestadoras. Con estos sondeos todos hacen cuentas y rezan porque los resultados al final del día sean mucho mejores. En pequeños pueblos o corregimientos donde las grandes firmas consultoras no llegan, la opinión se forma bajo el ruido que hace cada candidato o el bullicio de sus seguidores, pero al final a nadie le importa cómo se formaron estas expectativas, todos buscan un refugio en las estadísticas ante la incertidumbre.

 

De esta forma, los sondeos se convierten en una especie de acto de fe. No se puede saber con exactitud cuál dice la verdad, o si todas ellas tienen algo de cierto, lo único importante es que nos dan algo en qué creer. Esta necesidad es la que ha llevado a que las grandes firmas encuestadoras tengan tanto poder en épocas electorales.

 

Pero ¿Qué tanta verdad hay en sus resultados? ¿Son lo suficientemente confiables sus datos?

 

Existe una gran cantidad de ejemplos donde los resultados de los sondeos de opinión no pueden estar más alejados de la realidad, y sin embargo seguimos al pie de la letra lo que nos dicen en cada elección.

 

La necesidad de tener un pronóstico nos lleva a ser creyentes, pero el problema es que la estadística puede ser catalogada como un subgénero dentro de la ciencia ficción, como leí alguna vez, ya que sus resultados pueden variar significativamente dependiendo de cómo se realice el sondeo, de cómo se recopilen los datos. Así pues, muchas encuestas terminan diciendo lo que el cliente necesita que diga. Pero al ser empresas de buen renombre, debemos partir siempre de la buena fe, tal y como se hace en derecho. Por tal motivo, podemos decir solamente que un pequeño sesgo (involuntario) en la muestra puede dar como ganador a cualquier candidato con un porcentaje tolerable de aceptación dentro de la población total. De ahí que muchas encuestas exhiban resultados diferentes, en muchos casos hasta contradictorios, y todas con un nivel de confianza superior al 90% (tal como se estipula en sus fichas técnicas).

 

Pero a pesar de estos problemas de estimación, tales resultados terminan siendo un poderoso argumento para hacer política, pues pueden catapultar a un candidato a la cima o arrojarlo al fondo de la tabla, ya que sobre los seres humanos rige una condición sicológica muy fuerte que nos lleva a pensar o a querer pensar como lo hace el promedio.

 

Por tal motivo, cuando un candidato no logra sobresalir en las encuestas, todo su equipo político se queja insistentemente, mostrando su total descontento con la firma que realizó el sondeo, tal y como sucedió hace unos días con el Partido Liberal, donde según ellos no se muestra la verdadera opinión hacia sus candidatos, en especial hacia Rafael Pardo. Pero sólo los resultados al cierre del 25 de octubre dirán si sus apreciaciones fueron ciertas y qué encuestas estaban más próximas a la verdad.

 

El juego político tiene muchas vertientes, y las encuestas sin lugar a dudas son una poderosa herramienta en temporada electoral. Ojalá hubiese un ranking de precisión sobre las firmas encuestadoras para saber en cuál de ellas se puede creer un poco más o por lo menos para evitar que se haga política basada en nuestra necesidad de respuestas rápidas.  

 

@joseluisalayon

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