
Reflexiones sobre la fragilidad de las relaciones humanas
La más evidente fragilidad de las relaciones humanas está en el matrimonio, donde en la actualidad con alta frecuencia se puede llegar a la separación y al divorcio. Otro tanto suele pasar en las sociedades o empresas en sociedad, que establecemos. Por eso se habla de la exesposa o el exesposo o el exsocio o la exsocia.
Las relaciones humanas son complejas y muchas veces están prendidas de un hilo a pesar de que uno piensa que las unen varios lazos potentes e inquebrantables.
Las relaciones entre hermanos son un buen ejemplo en muchas ocasiones, hay hermanos que se mantienen unidos a pesar de las diferencias y hay otros que se separan precisamente por las diferencias en visiones y aproximaciones a los temas familiares de los padres o de las propiedades o de los afectos.
Las relaciones entre hijos y padres o padres e hijos no son necesariamente como estar en el cielo. Para muchos hijos las relaciones con uno o con los dos progenitores son de alta incompatibilidad y lo mismo sucede, al contrario, hay padres o madres que cargan con el karma de un hijo o una hija con los que parecen no sincronizar y hasta parece que nacieron en la familia equivocada, casi como si hubieran sido adoptados por error.
Ni hablar de relaciones entre compañeros de colegio o de universidad o compañeros de trabajo o jefes, asunto que por no ser de alta cercanía en el vínculo se vuelven más retadoras en su construcción y en el mantenimiento.
Pero volviendo a la fragilidad, las relaciones pueden ser como vivir, es decir, nunca sabemos cuando vamos a morir y en las relaciones es igual, un día estamos amándonos y alegres y al otro día todo se terminó.
Muchas veces las diferencias y los rompimientos surgen por una sola palabrita mal pronunciada o entendida o mal recibida o simplemente por un gesto mal interpretado. Los errores, así sean involuntarios, son considerados por la contraparte como imperdonables y allí acaba todo.
Los rompimientos se dan en segundos y muchas veces no se entiende fácil qué los ocasionó y si hay justicia o no en la apreciación de quien tomó la decisión de cortar la relación. El problema está en el rompimiento súbito que no admite más comunicación y es algo así como un corte de luz en medio de la noche.
Usualmente nada se puede hacer para reconstruir la relación y si se logra algún avance, la fragilidad es como si se hubiera roto una preciosa y valiosa pieza de porcelana. El arreglo es difícil y van a quedar cicatrices.
Generalmente lo que hay que hacer es cerrar ese capítulo en nuestras vidas y buscar otras relaciones y otros caminos.
Olvidar lo más pronto posible lo sucedido es la recomendación para sanar las heridas ante el punto final que se le colocó u ocurrió en la relación. La parte difícil es el manejo de los efectos secundarios, es decir el manejo de los pendientes que deja una relación, asuntos que resolver, que ameritan la mayor celeridad para minimizar el sufrimiento de alguna o de las dos partes. Hay gente que bloquea todo para vengarse o causar más daño. Es terrible esa situación. Son reacciones casi irracionales, pero ocurren. Hay que llenarse de paciencia, aumentar la inteligencia en el manejo y buscar resolver poco a poco, con mucho tacto, pero con estrategia elegante y potente.
Cuando suceden los rompimientos, lamentablemente queda uno a merced de la madurez o inmadurez de la contraparte, asumiendo que uno tiene el comportamiento maduro. La gente, aunque sean mayores, suele tener en ocasiones reacciones casi de adolescentes o de niños con pataletas que no obedecen a lógica alguna y lamentablemente pueden ser de larga duración, lo que complica los finales y alarga los conflictos y el sufrimiento. Es en esos momentos que descubrimos la verdad de cómo somos nosotros y como son los demás con los que estábamos relacionados y nos llevamos grandes sorpresas.
Como en toda relación, siempre es mejor un mal arreglo que un buen pleito. Es preferible dejar el orgullo a un lado y buscar la salida del conflicto, asunto que suele ser mucho mejor que buscar ganar pensando que se tiene la razón. Hay un momento que conviene dar por perdida la pelea, para ganar o conseguir paz. Esto último tarda tiempo y años de experiencia en aprenderse, pero es sabio e inteligente.
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