
Por qué gritan los jefes? El espejismo del poder a través del grito
Desde mi experiencia de Coach y periodista he observado que un porcentaje importante de los entornos laborales todavía persiste una práctica tan antigua como ineficaz: gritar. Jefes o directivos, que levantan la voz delante de los demás, creyendo que así ganan autoridad, que con un tono elevado imponen respeto o logran resultados. Pero ¿de dónde nace realmente esa necesidad de gritar? ¿Qué hay detrás de esa conducta violenta que se ha naturalizado como sí fuera normal?. Un líder que habla con respeto y escucha inspira compromiso y buen clima laboral, más que cualquier alarido.
El grito como mecanismo de control
El grito suele ser un recurso de emergencia cuando se agotan otras formas de comunicación. Es un grito que, más que buscar una solución, pretende ejercer control. En muchos casos, gritar es una forma de encubrir inseguridades personales, incapacidad para gestionar emociones o falta de habilidades para liderar desde la empatía y la conexión humana.
Esta vieja práctica, esta mandada a encapsular, ya que gritar es un comportamiento que hace alusión a la violencia una emoción que se ha normalizado socialmente, sin que las personas se detengan a hacer conciencia de que en la sociedad se necesita aprender a comunicar desde la emoción de la alegría y el amor y no desde el miedo.
Pon atención cuando un jefe grita, lo que realmente está diciendo es: “He perdido el control, y necesito recuperarlo rápido, como sea”. Pero ese “como sea” termina costando caro: relaciones rotas, perdida de imagen, credibilidad, confianza, climas laborales tensos, trabajadores desmotivados y, a la larga, pérdida de talento humano.
Un líder que habla con respeto y escucha inspira compromiso y buen clima laboral, más que cualquier alarido.
El grito no educa, intimida
Gritar puede generar obediencia momentánea, pero no compromiso. Puede lograr que una tarea se ejecute, pero jamás que se haga con entusiasmo, creatividad o sentido de pertenencia. El grito silencia ideas, cierra la escucha y siembra miedo, no respeto.
Detrás del grito también puede haber un patrón aprendido: muchas personas han crecido en entornos donde levantar la voz era sinónimo de autoridad o incluso de amor, desde las creencias y paradigmas en las que han crecido muchos seres humanos, con padres que heredaron el legado que a punta de gritos y violencia se educaba. Pero, también, es tiempo para tomar conciencia de que se puede liderar, gerenciar, desde otra manera, aprendiendo a escuchar y mirando al otro desde la mirada apreciativa.
En la adultez, reproducen esas formas creyendo que son naturales. Pero gritar no es natural; es aprendido. Y, como tal, puede desaprenderse.
¿Por qué gritamos a otros?
No solo los jefes gritan. A veces gritamos a quienes más queremos. Gritamos por frustración, por miedo, por sentirnos amenazados o incapaces. Gritamos cuando no sabemos poner límites sanamente, cuando queremos ser escuchados pero no encontramos cómo, cuando nuestras emociones rebasan nuestra conciencia.
Hay otras formas de hablar de comunicarse y los gritos como los improperios solo dejan heridas en el corazón de los seres humanos. El grito es muchas veces un pedido de ayuda mal expresado.
Un líder que habla con respeto y escucha inspira compromiso y buen clima laboral, más que cualquier alarido.
Liderar sin gritar: ¿es posible?
Sí. Y no solo es posible, es necesario. Hoy los líderes más respetados no son los que infunden miedo, sino los que inspiran. No son los que imponen, sino los que escuchan. No son los que gritan, sino los que se comunican con claridad, firmeza y respeto, los que pueden ver el brillo del otro desde la mirada apreciativa. En la sociedad, algunos directivos, y personas en general se han acostumbrado desde sus pobres paradigmas y creencias a ver al otro ser humano, no desde su poder, sino desde la crítica, el juicio, los defectos, cuando en cada ser humano que habita en este planeta, nació con dones, con talentos, con bondad. Solo que los que se dedican a hacer fechorias, es porque se han desconectado de la gracia divina, y viven desde sus miserias existenciales.
El liderazgo consciente parte de la autogestión emocional. Un buen líder se trabaja a sí mismo antes de pretender dirigir a otros. Entiende que su tono de voz no solo transmite órdenes, sino también emociones, confianza y dirección.
El verdadero poder está en la calma
Callar el grito no es callar la autoridad. Es transformarla. Es reemplazar el miedo por motivación, la imposición por influencia, el ruido por diálogo. Porque el verdadero poder no necesita gritar. Se ejerce con presencia, con coherencia, con humanidad, con aprender a escuchar y reconocer que en cada ser humano existe un brillo propio.
Un líder que habla con respeto y escucha inspira compromiso y buen clima laboral, más que cualquier alarido.
Tu Coach: giovannafuentes@yahoo.com
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