Cuando hablamos de nuestra verdad, lo que creemos que es real, si lo pensamos es solamente eso: nuestra, de nadie más. No hay verdades absolutas, solo nuestras. Dentro de esto, nada ejemplifica la anterior frase con mayor exactitud, ternura y vehemencia que Pie Pequeño, la última película que anda por ahí en cartelera. Si creen que es solo para niños, y les toca llevar los infantes por compromiso u obligación, están muy equivocados, porque podría ser más filosófica, pertinente e inclusiva que cualquier tratado, cualquier dictamen o cualquier discurso solemne y aburridor de la gente seria. Están los yetis por un lado y los humanos (o pie pequeños) por otro; y bueno, todo transcurre y es perfecto. De hecho, la canción de Yatra se llama “Perfección”, es hermosa.
Hay otra canción de la película llamada “Esta vida es amarilla”, que en inglés la canta Zendaya. Qué belleza, es una película para llorar, no se lo imaginan, es muy filosófica, además lo complementé con la verdad y con la ficción que se transmite de generación en generación, el rasgo que nos diferencia a los humanos (Homo Sapiens) del resto de animales, lo narrado en “De Animales a Dioses”. La ficción atávica, creer en algo. Dentro de las verdades, me parece que este mensaje es el mejor que les podría dar para un comienzo de semana.
Ya acabó el libro de Kawakami y empezó el de Javier Moro: “Mi pecado”, la vida de Conchita Montenegro. Mil aprendizajes se van dando. Luego al final de la película, hablando de verdades y ficciones atávicas, mi hija me preguntó si era verdad algo que le habían contado: que el ratón Pérez eran los padres.
El viernes se derribó una verdad que ella tenía. Eso es crecer: cambiar de verdades y pasar de pies pequeños a grandes.
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