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Edificio del gigante de la tecnología Microsoft.

En nuestro continente, plagado de marxismo cultural latente que amplifica el sentimiento anti-empresarial, es común elogiar a los pequeños emprendimientos y despreciar a las grandes empresas. Bajo la extraña idea de que la actividad empresarial es plausible mientras sea en pequeña escala, casi al nivel de auto empleo, pero si se trata de grandes iniciativas empresariales pierde el aprecio de autoridades y trabajadores.

Esto, a pesar de que las grandes empresas suelen ofrecer beneficios a sus empleados que difícilmente tendrán capacidad de ofrecer los pequeños emprendimientos. Peter Drucker pensaba que: “las grandes empresas deberían ser el conducto a través del cual se establecería la estabilidad económica y la justicia social”. Sin que sea ese el principal objetivo del ejercicio empresarial, es verdad que dependiendo de los beneficios que se logre: creando, proporcionando y captando valor, se puede ofrecer también mayores beneficios a sus empleados, mejorando ostensiblemente su calidad de vida.

Estos incentivos se suelen dividir en dos grandes grupos: monetarios y no monetarios. En el primer grupo están los salarios, bonos por cumplimiento de objetivos, participación accionaria etc. En el segundo grupo encontramos desde seguros privados, reconocimientos, buen ambiente laboral, planes de carrera, planes post-retiro, formación, universidades corporativas e incluso financiamiento de carreras en prestigiosas universidades, entre otros.

Este nivel de incentivos solo pueden ser financiados por empresas que tengan altos niveles de productividad, creando modelos de negocio innovadores que desencadenen altas tasas de capitalización. Una mejor estructura de capital (se incluye también el capital intelectual) que logre captar la empresa agregando valor a sus stakeholders: accionistas, empleados, clientes, proveedores. La posibilidad de mejorar el stock de capital en las empresas aumenta en una economía con alta calidad de las instituciones de libre mercado. Por instituciones me refiero a un sólido tejido legal que proteja la libertad individual frente a la coacción arbitraria de burócratas, es decir, que limite el poder estatal.

Lo contrario es un mayor rol del Estado, lo cual requiere una mayor carga impositiva que consume recursos de la gente y deja poco espacio para el ahorro, necesario para el ciclo ahorro – inversión – formación de capital. Además, en ese escenario poco se piensa en el largo plazo, desaparece la confianza, cuando se sabe que las reglas del juego podrían cambiar, asunto frecuente cuando el Estado asume funciones extrafiscales. Por eso la necesidad de limitar el poder del Estado para crear un escenario en el cual aflore la creatividad y confianza característica de los intercambios libres y voluntarios.

Entre paréntesis, es posible que se piense en la necesidad de un Estado controlador para evitar los abusos que, sin piedad, se pueden cometer hacia el empleado. Sin embargo, las mismas instituciones de libre mercado, facilitan la creación de empleos de forma masiva (al no existir barreras legales de entrada para otros competidores) lo cual obliga al empresario a alinear todos sus subsistemas, capitaneados por el área de talento humano, de tal forma que les permita atraer, desarrollar y retener al mejor talento humano.

Es lamentable, pero en gran parte de Latinoamérica predomina lo que se ha dado en llamar capitalismo de amigos: el aparato estatal creando privilegios legales, protecciones arancelarias, subsidios, degradaciones impositivas, regímenes especiales o sectoriales, cuotas de exportación, patentes y otros privilegios que entorpecen la entrada de competidores. Esta acción, que favorece a ciertos grupos empresariales a costa de los demás, causa el declive de las instituciones de libre mercado, instituciones que son necesarias para que funcione el capitalismo.

Un mayor bienestar es fruto de la libertad, simplemente al dejar que el proceso de mercado funcione. Esta es la sustancia misma del capitalismo. Atender las necesidades de los consumidores, quienes son en realidad los que determinan el tamaño de la empresa seleccionando o rechazando sus propuestas de valor, transformadas en productos o servicios. Además las grandes empresas favorecen el nacimiento y fortalecimiento de otros emprendimientos mediante la integración de estos en su cadena de valor.

Solo en ese contexto los pequeños emprendimientos tendrán la posibilidad de convertirse en grandes empresas que puedan ofrecer mayor bienestar a sus trabajadores. ¿Será que le damos una oportunidad a la libertad en Latinoamérica ?.

Oswaldo Toscano

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