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La inteligencia emocional es uno de los temas predilectos en la empresa moderna. Popularizada por Daniel Goleman en su libro de 1995, también ha sido objeto de diversas críticas y debates en el ámbito académico y profesional. 

En el mundo de la empresa, suele ser bastante común que ciertas ideas o conceptos se adopten sin pensar mucho sobre sus fundamentos o efectividad. Tengo la sospecha de que esto sucedió con la Inteligencia Emocional (IE). Este tema se ha integrado de manera activa en discursos sobre liderazgo y desarrollo personal, casi como un mantra incorporado hoy en la gestión de personas.

Sin embargo, varios autores y estudios cuestionan la base científica del concepto de IE y su capacidad para cumplir con los requisitos de precisión. Se suele criticar el reduccionismo con que la IE aborda las emociones, presentándolas como fenómenos individuales, transparentes, intensos e inmediatos, sin tener en cuenta su base aprendida, histórica, cultural, de clase o económica. Este enfoque simplista ignora la complejidad de las emociones y las reduce a meros instrumentos de manipulación y control individual y social. 

Las emociones como construcciones complejas 

Inteligencia emocional

Con el tiempo, se ha ampliado la comprensión de las emociones. Hoy se las ve como algo más que simples reacciones automáticas. Son construcciones complejas que se moldean a través de la interacción entre nuestra biología, nuestra experiencia y el contexto cultural en el que vivimos. 

No obstante, las ideas de Goleman, suelen llevar a considerar que es posible medir y cuantificar las emociones, tratándolas como objetivas y «entrenables». Y mucho peor, gestionarlas como si fueran variables independientes del contexto. De hecho, se tiende a comprender la IE como una forma de expresión emocional claramente estandarizada, lo que puede conducir a la superficialidad en las relaciones y a la pérdida de autonomía. 

El mercado de programas sobre Inteligencia Emocional 

Tal como se planteó antes, la IE promueve una forma de estandarización de las emociones, convirtiéndolas en mercancías que se pueden entrenar y utilizar para obtener beneficios personales y económicos. Esta mercantilización de las emociones las vacía de significado y las convierte en herramientas para la adaptación al sistema neoliberal. 

Se ha creado todo un mercado fundado sobre estas ideas. Abundan las soluciones que prometen la autorrealización y la felicidad alcanzables a través del entrenamiento emocional. Esta promesa, sin embargo, parece ingenua e inalcanzable. Puede ignorar las limitaciones y los desafíos inherentes a la condición humana y la complejidad del contexto. 

Utilice las ideas sobre Inteligencia Emocional, pero vaya más allá  

La IE promueve una comunicación superficial y “transparente”, donde se espera que las personas revelen sus emociones de forma abierta y honesta. Aunque, regularmente, termina siendo forzada. De esa manera pueden crearse condiciones para una comunicación estereotipada y estandarizada que dificulta la conexión genuina, que es efectivamente hacia donde se debe apuntar. 

La escasa evidencia empírica de que la inteligencia emocional difícilmente muestra el impacto que promete en el éxito laboral y personal. Las afirmaciones exageradas sobre su utilidad pueden diluir la necesidad de mejorar la calidad del diálogo lejos de fórmulas que, contrario a lo que se espera, generan direcciones confusas en los entornos de trabajo. 

 

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