Jaime Pérez Monsalve le hizo carambola al emprendimiento
No pueden faltar en fincas, clubes y veraneaderos. Abundan los salones especializados que son puntos de referencia en barrios y pueblos. Las mesas de billar son como un imán, así como el clac… y… por… fin… el segundo y último… ¡clac!, tal vez apenas perceptible, de la carambola. Al fin y al cabo, no hay que saber a fondo de este juego para disfrutarlo.
Jaime Pérez Monsalve y Amelia Pérez Monsalve, fundadores de El Palacio del Billar. Foto Cámara Lúcida.
Aunque expertos hay, ¡y de qué nivel! Lo importante en esta historia es que unos y otros, neófitos y experimentados, jugadores recreativos y campeones, todos han tenido de una u otra manera que ver con El Palacio del Billar, una empresa familiar que mantiene viva la memoria e impronta del patriarca, Jaime Pérez Monsalve, todo un hombre de principios.
“En El Palacio del Billar vendemos desde un tornillo para el billar hasta el billar entero”, una frase promocional de un emprendimiento que comenzó como adjunto a un almacén de misceláneas, y que cogió fuerza propia no solo en términos de negocio sino, también, y sobre todo, de valores humanos y de ejemplo de ayuda al prójimo, mucho antes de que se hablara del concepto de responsabilidad social empresarial.
En épocas en que las carreteras eran más difíciles que ahora, don Jaime se las ingenió para llevar mesas de billar y todos sus anexos a los más apartados pueblos y veredas de Colombia, pero también fue proveedor principal de los más encopetados salones donde se juega de corbatín, porque para él la geografía no fue más que un amplio escenario de relaciones personales y comerciales, con foco en una palabra sagrada: el servicio.
Por eso, cuando oiga a alguien invitar: “Vamos a jugar un chico de billar”, sepa que la mesa, los tacos, la tiza y todo lo demás que hace parte del juego, muy posiblemente habrán pasado por las manos laboriosas de alguien de El Palacio del Billar.
Miscelánea San Cayetano, la precuela
Para hablar de esta empresa primero hay que hacerlo de una familia, la conformada por Jaime Pérez Monsalve y Amelia Pérez Monsalve, con sus seis hijos: Ana Esther, Juan Carlos, Piedad Lucía, Adriana María, Gabriel Jaime y Jorge David.
Jaime, hombre hacendoso, forjó un recio carácter y una rectitud a toda prueba en dos municipios de clima frío del norte de Antioquia: Entrerríos, donde nació, y Santa Rosa de Osos, donde estudió. Sus estudios de bachillerato los hizo en el seminario de este último municipio, “bajo principios cristianos y morales que han sido la base y el fundamento de la empresa”, narra Piedad, su hija.
Ya bachiller, fue maestro de escuela en otras dos poblaciones antioqueñas de clima frío: Campamento y El Carmen de Viboral. Recién casado, y en Medellín, desde 1961 desempeñó diferentes empleos en cartera, cobranzas y administración, y siete años más tarde tuvo su primer contacto con el mundo en el que de ahí en adelante se movió, al vincularse a Billares Champion.
Imagínense: “Simplemente un empleado que después de estar en varias empresas llega a la compañía más importante en ese rubro, como es la Champion, marca prototipo de los billares”, relata Juan Carlos, actualmente Jefe de Educación Continua en la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB).
Así fue hasta 1971, cuando dio su grito de independencia. Montó la Miscelánea San Cayetano, en el barrio Aranjuez de Medellín, donde vivía. A todo el frente de la iglesia, para más señas.
Liderando su propio negocio
“Cuando comenzó la miscelánea, la situación económica familiar no era la mejor. Nuestra familia atravesaba por situaciones muy difíciles, ya que en ese momento éramos cinco hijos. Creo que su fe en Dios, el amor por mi madre y sus hijos fue la fortaleza para salir adelante”, señala Piedad, hoy gerente de la empresa familiar.
Así lo recuerda doña Amelia: “Él salía con uno, dos o tres paños, a revenderlos a las academias y yo me quedaba atendiendo todo lo demás: la casa, el negocio y lo que surgiera. Al inicio de la empresa si nos tocó muy duro porque era levantando familia, los cinco niños (después llegaría el último, Jorge David), y además sin capital.
En medio de esos avatares, la miscelánea hacía buen honor a su nombre: a la tradicional venta de papelería, lanas, costuras y demás artículos, a cargo de Amelia, sumaba la oferta de Jaime: desde mesas de billar, que él mismo fabricaba, hasta todos los accesorios: el taco, la tiza, el paño, las carambolas (como se llama el juego de bolas para esta modalidad), virolas (puntas de taco), busacas (hoyos del billar pool) y un largo y surtido etcétera.
Concebir toda una cadena de valor
“Fue todo un ejercicio de aprendizaje, de conocer del negocio, de saber cómo se manejan los implementos, la infraestructura, cómo se fabrican y comercializan los billares. Fue algo muy integral, porque era concebir toda una cadena de valor, desde la fabricación hasta la venta”, narra Juan Carlos, y añade que Jaime diseñó su propio prototipo y, por muchos años, lo produjo y vendió, a la par con todos los implementos del juego.
La oferta no paraba ahí. Desde la época de la miscelánea Jaime prestaba el servicio de mantenimiento: nivelación, cambio de paños, mejoramiento de las pizarras y todo lo que fuera necesario. Hoy El Palacio del Billar continúa en esa misma línea.
Este fragmento corresponde al libro Historias de Negocios Altamente Inspiradoras, volumen 6 de la colección, disponible en este link de la Librería Nacional y en la Agencia STM de Medellín.
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Los dejo con este video en el que los hijos de Jaime Pérez le rinden homenaje a su padre con sus testimonios:
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