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De las mejores conversaciones que he tenido en mucho tiempo la tuve con Eurípides Cépeda, el creador de Sincromotors. Paramos porque yo tenía que irme a otra reunión o sino todavía estaríamos ahí (me perdonan la exageración). Fue una lección de valores, de persistencia, de amor y de humanidad.
Les presento a Eurípides Cepeda, hoy un gran empresario. Foto cortesía.
Con una voz firme y clara, Eurípides me cuenta que desde el comienzo su vida empresarial ha estado marcada por valores y sanas costumbres, “que es el capital mas bonito que podemos recibir de nuestros antepasados”. Esas palabras me hacen interesarme más y más en su historia porque justamente eso es lo que necesitamos hoy en el mundo de los negocios, personas buenas que nos ayuden a prosperar siempre manteniendo un propósito, sin dejar de lado en ningún momento nuestros principios y valores positivos.
A los nueve años, Eurípides llegó del campo a Bogotá, con la ilusión de estudiar y trabajar. “Acá encontré muchas oportunidades. Esta ciudad es muy bonita, tiene de todo”, me dice con una leve sonrisa y una expresión que denota total convicción y transparencia.
Y sigue la historia: “me dediqué tres meses a conseguir trabajo pero no me daban porque era menor de edad. Yo me paraba en la puerta de un taller industrial y una vez salió un señor, me tomó de la mano y me dijo: ¿este chino pendejo qué hace aquí? Le respondí que estaba buscando al dueño. Cuando me contó que era él, le pedí trabajo”.
De inmediato lo llevó a una tienda y allá lo presentó a los mecánicos y lo paseo por unos espacios donde había reuniones. A renglón seguido lo despachó para la casa con unas instrucciones: “Antes de irse, va a la puerta del taller y mira el horario de entrada y salida. Se lo aprende de memoria porque usted debe estar cada día media hora antes. Y eso sí, me trae una certificación de su papá y su mama de que lo dejan trabajar porque yo no quiero tener problemas”.
Esa última frase fue un baldado de agua fría para Eurípides porque nunca conoció a sus padres. Entonces el dolor era doble, primero porque le removieron esa herida y segundo porque sabía que no podía cumplir con ese requisito y así, posiblemente, se esfumaba su primera oportunidad laboral.
Sin embargo, hablando se resuelven las cosas. Y Eurípides ha sido bueno en eso toda su vida. Cuando el señor se dio cuenta que era huérfano, aceptó que su hermana le firmara la autorización.
La mejor noticia: “Va a ser mi ayudante”
El horario especificaba que el taller abría de 6:30 a 11:30 de la mañana y de 2:00 a 4:30 de la tarde. Así que el primer día Eurípides llegó a las cinco de la mañana, todavía estaba oscuro y con un frío terrible, que realmente no es raro en Bogotá.
Llegaron las nueve de la mañana y nadie había abierto el taller. Había varios clientes afuera furiosos por la espera. Cuando al final aparece el dueño, con una cara de trasnocho tenaz y una cerveza en la mano. Ahí se dio cuenta nuestro protagonista que su primer patrón tomaba mucho, sus compañeros de farra eran dos: el trago y el cigarrillo.
La primera entrada al taller le hizo saltar el corazón de alegría al pequeño Eurípides. Y se le aceleró cuando su jefe le dijo: “Va a ser mi ayudante”. Desde ese momento sintió que eso era lo suyo. “Soy muy ordenado, así que arreglé todo”. Como habrá sido de juicioso y efectivo, que el empleador le preguntó si es que ya había trabajado antes.
La segunda instrucción fue hacer un cuarto de herramientas. “Yo no sabía que era un cuarto ni una herramienta, ese señor me hablaba con nombres que yo nunca había escuchado. Pero yo aprendo fácil”.
El caso es que en poco más de un año, el niño forjaba su corazón de hombre y aprendió a soldar, a fabricar y a reconstruir piezas. “Fue muy al principio cuando conocí una herramienta llamada el yunque y la convertí en mi símbolo de vida porque aguanta todos los golpes. Y así era mi existencia, llena de golpes”. Debo confesarles que en ese momento mi voz se quebró para formular la siguiente pregunta. Esa última frase se me grabó en lo más profundo de mi corazón. Y me sirvió para admirarlo aún más. Qué gran hombre y qué gran ejemplo.
Le pagaron con el yunque
De repente, la empresa entró en crisis. Varios clientes se unieron y embargaron. A Eurípides no le pagaron un solo peso. “Pero estaba aprendiendo mucho. Yo cada día era feliz y soñaba haciendo piezas”, me dice.
Para que les organizaran el tema de las prestaciones, los empleados hicieron un documento para hacerlo firmar y llevarlo al Ministerio del Trabajo.
El dueño de la empresa le advirtió al pequeño: “no vaya a firmar eso porque estoy muy agradecido con usted, es el único que ha sido leal conmigo, así que yo le voy a dar algo”.
“Entonces me pagó con ese yunque, que aún conservo. Es donde doblaban el hierro y servía para mucho más. Y yo me decía: Si esa herramienta es fuerte, yo tengo que estar a la par con ella. Voy a aguantar lo que venga”, y en la cara y en la voz se le siente lo mucho que disfruta rememorar esa historia, con subidas y bajadas, como es la vida de un emprendedor. Y él, sin conocer siquiera el término, ya lo era.
De ahí se fue a trabajar con don Alfonso Ortega, en la 13 con la 44. Todo empezó porque un hermano de Eurípides le contó que él sabía manejar un torno. Así que le dijo que le iba a dar trabajo. Con 11 años y muchas expectativas, el pequeño llegó a hacer lo que sabía. Pero todas sus ilusiones se derrumbaron cuando el dueño dijo: usted no viene a manejar herramientas ni nada de eso. Lo que yo necesito es quién me cuide el taller.
Sin embargo, nuevamente Eurípides le daría vuelta a la situación, algo que ha hecho muy bien a lo largo de su vida. Llegaría una Semana Santa que le abriría la oportunidad de participar más activamente en el taller y solucionar un reto que enfrentaba la empresa. Eso se los contaré en una segunda parte de esta historia, así que estén muy pendientes porque el relato continúa y más adelante se darán cuenta cómo nació Sincromotors y lo que es hoy en día.
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