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El proceso electoral del fin de semana solo dejó entrever una mínima parte del problema. Las cifras de la corrupción en el sector privado son escalofriantes y estimulan este delito.

Corrupción

La corrupción está de moda. Y no lo digo en sentido figurado; es literal. Tan grande es este fenómeno que cerca de doce millones de personas salieron a votar en contra de ella el pasado domingo. Sin embargo, nos hemos preocupado de manera casi que exclusiva por la corrupción estatal, dejando de lado cualquier intención de reducirla en el espectro privado, en gracia de discusión, base fundamental de la corrupción.

¡Quien esté libre de corrupción, que formule la primera denuncia! Parece una dura afirmación, en tanto sugiere que todos somos corruptos, pero mi respuesta es: sí, lo somos. Todos, en hechos de mayor o menor impacto, hemos sido criados en una sociedad en la cual se privilegia la corrupción sobre la honestidad. No podemos ser un poquito corruptos o muy corruptos, lo somos o no lo somos.

 

“¡Quien esté libre de corrupción, que formule la primera denuncia! Parece una dura afirmación, en tanto sugiere que todos somos corruptos, pero mi respuesta es: sí, lo somos”.

 

La corrupción en el sector estatal se puede medir, desgraciadamente para nosotros, en billones de pesos, que equivalen a varias reformas tributarias. Sin embargo, no es posible medirla en el sector empresarial.

Pudiera parecer que la corrupción en lo privado es menos impactante, pero no es así. Tan solo en los últimos años se han aplicado multas por cartelización a industrias como la del azúcar, el cemento, los medicamentos, los cuadernos, el papel higiénico y los servicios de seguridad. Los costos que hemos tenido que asumir también se miden en billones de pesos.

Hilando delgado, no hay muchas diferencias entre las estrategias usadas entre lo público y lo privado. Es un flagelo que camina rampante en los distintos niveles jerárquicos de organizaciones de un lado y otro. Áreas como compras, mantenimiento o logística son particularmente propensas a caer en la tentación.
Si bien en la contratación pública se habla de la licitación como uno de los mecanismos para la contratación, en la privada se exigen tres cotizaciones para la elección de un proveedor, que, generalmente, resulta siendo el mismo de siempre.

 

Cifras que perturban

En diciembre del año pasado, la Quinta Encuesta Nacional de Prácticas contra el Soborno en Empresas Colombianas arrojó algunos datos dignos de reflexión: el 96% de los empresarios de las principales ciudades del país percibe la existencia de sobornos en la celebración de negocios entre particulares y estima, en promedio, en cerca del 17% el monto del soborno.

En marzo de este año, en la cumbre empresarial ‘Responsabilidad del sector privado en la lucha contra la corrupción’, el Procurador Fernando Carrillo mencionó otras cifras que van en la misma dirección: el 80% de los empresarios ve como normal el soborno en la firma de contratos y el 74% considera que los comportamientos antiéticos son necesarios para alcanzar el éxito empresarial.

 

“El 80% de los empresarios ve como normal el soborno en la firma de contratos y el 74% considera que los comportamientos antiéticos son necesarios para alcanzar el éxito empresarial”.

 

Lo más curioso es que algunas prácticas corruptas están disfrazadas de nobles intenciones. Una invitación a almorzar, un “pequeño detalle” o una sutil presión para obtener un premio o un castigo suelen ser una forma de influir en un proceso de toma de decisión o en la agilización de un trámite.

Y hay más. Encontramos los argumentos justificar el mal actuar: “Nadie se va a dar cuenta”; “es una práctica generalizada”; “no hay nada ilegal en esto”; “para eso tienen harta plata”.

La corrupción viene desde adentro. Nos quejamos, pero la toleramos y la vemos como algo natural dentro del ejercicio empresarial. El problema es mucho más profundo, es una crisis moral por la cual atraviesa nuestra sociedad. Algunos lo hacen por miles de millones y otros por una chocolatina; la diferencia la hace la oportunidad.

¿Tal vez extremista? No creo. Recitamos los principios de memoria porque la estrategia empresarial indica que la filosofía institucional debe ser conocida, practicada y divulgada por todos y cada uno de los trabajadores de una empresa. Pero, al final del día, se está quedando en bla bla bla. ¿La combatimos, pero de verdad?

 

Omar Alonso Patiño
Director Departamento de Gestión y Organizaciones
Profesor pregrado en Administración de Empresas
Universidad EAN

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