Las marchas se entienden solo en un transcurrir histórico, pues, más allá de su efervescencia, no sabemos la trascendencia que en realidad tendrán.
La protesta social nunca es insignificante. Ver a Evo Morales saliendo de su país o a Piñera solicitando la creación de una nueva constitución política son evidencias de que, cuando está enmarcada en objetivos puntuales y establece con firmeza un pulso político y de resistencia adecuado, puede llegar a su puerto.
Y bueno, cuando Evo Morales habla de persecución o de Golpe de Estado se trata de la manipulación típica que, desde tiempos inmemoriales, está atada a la política.
En Colombia, la marcha pocas veces logra un consenso de uniformidad. La de este 21 de noviembre no es la excepción; son tantos los tintes y motivos de esta manifestación, que no se sabe ante quién se produce el grito.
Desempleo, pensiones, infanticidio, renacer de guerrillas, asesinato de líderes, falta de garantías al proceso de paz, debilidad legítima, incertidumbre laboral. Algunos analistas quieren revisar juiciosamente encuestas de la popularidad de Duque, pero con las últimas elecciones democráticas la seriedad de las encuestadoras cayó entre los lectores consultados. Se trata de confrontar al actual presidente, pero trasciende totalmente su mandato. Entonces, ¿por qué peleamos?
Colombia estuvo trazada por tres grandes movimientos sociales: la Revuelta de los Comuneros, en 1781, cuando poblaciones de todos los ‘colores’ en el territorio del Nuevo Reino de Granada estuvieron dispuestos a combatir las figuras del gobierno criollo; la Marcha del Silencio, en 1948, promovida por Jorge Eliecer Gaitán, que buscaba llamar la atención hacia los líderes liberales asesinados por la Policía Política; y el gran Paro Nacional de 1977, donde confluyeron las fuerzas de los sindicatos de toda índole con las fuerzas estudiantiles y el clamor de un pueblo que, cansado de una política bipartidista, buscaba en el socialismo un camino político legítimo.
Ninguna de estas tres revoluciones tuvo un resultado efectivo en el corto plazo, pero sí una fuerza de represión que terminó acallando una y otras voces, como la del propio Gaitán, asesinado dos meses después de la marcha que promovió. Sin embargo, esta agitación permanece en la mente de los actores y de quienes lo vivieron. Por eso, quien desee estudiar la historia de la independencia del país debe comenzar en 1781, así como quien quiera entender la Constitución Política de 1991 debe remitirse a los acontecimientos de 1977.
Las marchas se entienden solo en un transcurrir histórico, pues, más allá de su efervescencia, no sabemos la trascendencia que en realidad tendrán. Parafraseando a Slavoj Žižek, aún no sabemos cuándo terminará la Revolución Francesa.
En el capitalismo actual, el trabajador va quedando cada día más relegado a una sombra sin prosperidad ni futuro. “Estudiar como aristócrata para trabajar como obrero”, esa era la consigna crítica que el diario Le Monde publicaba hace 10 años como parte del inconformismo de entonces. Ahora, ni siquiera se trata de estudiar; la tercerización de la industria debilitó las perspectivas laborales de cualquier ciudadano que pide apenas lo mínimo: un salario estable, un hogar, una familia, una seguridad social. Estos objetivos se han ido convirtiendo poco a poco en utopías y nostalgias de una nueva generación que ve cómo el engranaje es cada vez menos flexible, y las oportunidades de progreso se van deteriorando. Como en las caricaturas de Mafalda, pareciera que es el mundo es el que anda enfermo.
La masa es maleable, manipulable, sometida y consensuada… a veces es un sinsentido. Visto a la distancia, la invitación a la protesta por parte de cantantes, actores y reinas de belleza pareciera un eslogan controvertido.
Pero, no dejemos empañar las motivaciones iniciales. ¿Hay que protestar? ¡Por supuesto, a diario si es posible! Por mi parte, apostaría por una juventud libre de contratos de prestación de servicios, por unas pensiones reguladas por el Estado, por un escenario de oportunidades, por tomarme en serio la paz. Pelearía por la felicidad a la vuelta de la esquina, por ver en cada espacio vacío una oportunidad, por cerrar los ojos en la noche tranquilo. Soy optimista. Como lo decía la consigna de la protesta de mayo del 68 en París: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”.
Carlos Rojas Cocoma
Profesor Facultad de Humanidades
Universidad EAN
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