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Por: Lida Alejandra Acosta (Investigadora RADDAR CKG / Directora de Estudios Económicos)

Esta semana se dio a conocer la situación complicada en la que se encuentra un deportista colombiano de altísimo nivel y rendimiento, y que tuvo como contexto el resultado positivo que dio este tenista para una sustancia prohibida. Y más allá de ser noticia, vale la pena resaltar cómo en Colombia como consumidores desconocemos todo el portafolio de sustancias que se usan a la hora de producir alimentos; esto sin duda, ha generado que el país se encuentre en un juego de comer, por comer, dejando a un lado la calidad de alimentos que al final terminamos consumiendo.

Este renombrado deportista entonces se encuentra acusado, y en proceso de defensa por dar positivo para sus rutinarias pruebas antidopaje, que, de acuerdo con sus declaraciones, este resultado se motivó por la ingesta de carne de res colombiana que él llevo a cabo en un almuerzo familiar.

Esta particular situación ampliamente difundida por los medios de comunicación nos condujo a muchos consumidores a enterarnos que El Boldenona, es una sustancia utilizada comúnmente en Colombia para la producción de ganado, y más específicamente para el aumento de la fuerza y masa muscular del vacuno; pero además, que dentro del reglamento de los deportistas, es considerado como un esteroide anabólico, sustancia prohibida por la Agencia Mundial Antidopaje.

Ahora bien, aunque es una sustancia indebida en muchos países productores de carne como Argentina y Brasil, en Colombia su uso veterinario es de venta libre. Dentro de los efectos en los seres humanos su consumo puede generar acné, aumentos en la presión arterial y problemas hepáticos.

Este es sólo un ejemplo de cómo en el país no solo debe garantizar una seguridad alimentaria a las personas, sino además una calidad o inocuidad de los mismos, y con esto nos referimos a la garantía que debe generarse en torno a que los alimentos sean aptos para el consumo humano, bajo el cumplimiento de una serie de condiciones y medidas necesarias durante la cadena agroalimentaria hasta el consumo y el aprovechamiento de los mismos, asegurando que una vez ingeridos no representen un riesgo que menoscabe la salud.

De acuerdo con el Departamento Nacional de Planeación, la calidad e inocuidad de los alimentos está afectada en algunos casos por la deficiente calidad de las materias primas, la presencia de microorganismos patógenos, además de sustancias contaminantes de riesgo para la salud humana, el cumplimiento parcial de las Buenas Prácticas Agrícolas (BPA) y de Manufactura (BPM) en los diferentes eslabones de la cadena agroalimentaria, el deterioro del medio ambiente o por inadecuadas técnicas de manipulación, conservación y preparación. Los problemas en la inocuidad de los alimentos son los que ocasionan en la población las Enfermedades Transmitidas por Alimentos (ETA). Es así como, de acuerdo con el Sistema de Vigilancia en Salud Pública -SIVIGILA-, en el año 2018, se notificaron en el país 11.502 casos de Enfermedades Transmitidas por Alimentos (ETA), cifra que se ha visto en aumento, probablemente debido a una mejora en la recolección de información de los casos que se presentan. Pese a esto y que las entidades de salud municipales, distritales y departamentales tienen como competencia vigilar y controlar en su jurisdicción la calidad, producción, distribución y comercialización de los alimentos para el consumo humano, son pocos los recursos que se han destinado en este país para este fin. Contribuyen a esta situación los marcos regulatorios inapropiados, la escasez de personal para inspeccionar, equipamientos inadecuados, una frágil capacidad institucional de la mayoría de los municipios y los departamentos, la desvinculación entre los sectores de alimentación y salud, y una débil coordinación entre el nivel central y las entidades de salud de los entes territoriales

Adicionalmente, la producción de alimentos en el país está orientada a obtener beneficios económicos y obtener productos en calidades determinadas por el mercado como óptimas, de acuerdo, a su tamaño y aspecto físico, no por su calidad nutricional o inocuidad como parámetro clave para la compra.

Quizá sólo en mercados especializados se presentan controles rigurosos en cuanto a trazabilidad y origen del producto. Culturalmente nos han orientado el consumo de acuerdo a parámetros visuales, por ello se ha generado una producción en donde priman productos que se vean muy bien físicamente, pero que tengan en algunos casos trazas químicas en cantidades alarmantes que nos afectan la salud y donde los organismos de control no generan mecanismos o estrategias efectivas.

 

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