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Sigo a Kinjo Barrio Asiático desde hace rato en Instagram y cada vez que veía las hermosas imágenes de sus platos, me preguntaba si sabrían tan bueno como se veían. Ahora les puedo contar que saben aún mejor y son igualitos a las fotos.

En la esquina de una cuadra donde conviven parqueaderos, supermercados y oficinas, en medio de las concurridas calles de la zona comercial e industrial del barrio Prado Veraniego, en el norte de Bogotá, está el edificio que alberga al restaurante Kinjo Barrio Asiático, algunos quizás lo recuerden por el nombre con el cual abrió y se dio a conocer: Barrio.

Los ventanales panorámicos reemplazan las tradicionales paredes y unas cortinas blancas y cortas nos dan la bienvenida a un local espacioso de dos pisos, con una estética contemporánea realzada por pintorescos murales de inspiración asiática, figuras con luces de neón y la cálida luz natural resultado de su diseño.

Un detalle llama mi atención, las mesas están bien separadas unas de otras, como cuidando la privacidad de sus clientes, algo ya no muy frecuente en los restaurantes de hoy. No es casualidad, Alejandra León, gerente y propietaria de Kinjo, prefirió sacrificar una docena de puestos para ofrecer más comodidad a sus comensales.

Este es precisamente uno de los grandes atractivos de Kinjo Barrio Asiático, cada aspecto es muy cuidado: un servicio impecable, la calidez que invita a regresar y por supuesto, una carta exquisita con preparaciones de Japón, Corea, China, platos del Sudeste asiático y otros propios de inspiración asiática con acentos latinos y uno que otro ingrediente europeo, cuyo equilibrio precio-calidad es de los mejores de la ciudad.

Todo es parte del plan de Alejandra León, cuya larga trayectoria en el sector se refleja en su restaurante, que ha sido el favorito de los foodies desde la pandemia de 2020, fueron precisamente ellos quienes lo dieron a conocer en redes sociales rápidamente y aún recuerdan los bonitos mensajes que llegaban junto con su comida durante esos días complejos.

Un lugar para descubrir

Alejandra conoce cada detalle de la operación de un restaurante. A los 18 años empezó a trabajar como mesera, ascendió luego a capitán de servicio y en ese momento decidió estudiar Administración de Empresas. Aprovechó su labor diaria para cuestionar y resolver problemas reales durante sus estudios, llegando incluso a retar y sorprender a sus profesores con sus inquietudes.

Su experiencia más enriquecedora la desarrolló con el grupo restaurador del empresario Leo Katz, un experto en el tema del montaje y operación de restaurantes y propietario de varios de los más famosos durante varias décadas. Ocho años que le dieron las bases para emprender con éxito.

“Con don Leo fui muy feliz aprendiendo, es muy interesante llegar a una empresa donde ya hay toda una estructura montada, las cosas chéveres que aprendí comencé a replicarlas y funcionan muy bien. La calidad humana, el respeto, el aprendizaje…trato de que todos los chicos que trabajan hoy con nosotros tengan una calidad de vida muy buena”, explica.

Buscó una ubicación diferente con dos objetivos, uno que fuera un lugar un poco escondido, para descubrir; y el otro, contar con más recursos para ofrecer platos premium (importa ingredientes muy exclusivos tanto asiáticos como europeos) a precios accesibles (desde 15 mil pesos).

Ha dado resultado, en sus mesas se han sentado desde senadores hasta cocineros colombianos de fama mundial, pasando por reconocidos foodies y periodistas gastronómicos locales, que ya son clientes asiduos.

“Nos pasa algo muy especial, tenemos muchos clientes fieles que son adultos mayores, vienen a probar cosas nuevas, incluso piden sushi”, algo que no se veía antes de la pandemia, aunque la verdad es que nos visitan personas de todas las edades”, agrega.

La riqueza de su menú

Es un festín sentarse a la mesa en Kinjo Barrio Asiático, aquí se cumple a cabalidad ese viejo dicho de que la comida entra por los ojos (como en mi caso).

La exuberancia de sus platos, los colores, la saturación de aromas exquisitos y diferentes, y finalmente las texturas hacen de cada preparación un delicioso descubrimiento, aunque la carta es tan grande que quedamos un poco perdidos a la hora de elegir.

No es problema porque Yulisa Galvis, Jefe de servicio, mesera y ‘la hermana de la vida’ de Alejandra (se conocen hace 15 años), una dupla que logra que los 98 puestos de Kinjo funcionen como un relojito, llega para guiarnos en un recorrido que nos deja con ganas de más.

Tan vivaz como el restaurante mismo, conoce al dedillo el menú diseñado para compartir, y nos va llevando por un viaje de sabores que van intensificándose a medida que llegamos al plato fuerte.

La oferta es amplísima: Gyozas, spring rolls, baos, robatayaki, platos experimentales de su Kinjo Lab, variedad de sushi, udon, bibimbap, teppanyaki, cortes de angus y carnes nacionales regenerativas maduradas en seco, para acompañar con cocteles, whisky japonés, sake, viche colombiano, sodas sin alcohol, sangrías…

Empezamos con uno de los bocados más solicitados de Kinjo, el taco nikkei, un trío de tacos bien crujientes con calamar, pulpo y langostino en leche de tigre, chalaca, aguacate y spicy mayo. Para acompañarlos nos decidimos por sodas sin alcohol.

Seguimos con las chili gyozas, cocidas al vapor y rellenas de lomo al estilo nipón, servidas sobre aceite infusionado en chiles rojos, quinua, negi (tipo de puerro) y soya.

Continuamos probando entradas, es tanta la variedad que se puede hacer una cena solo con ellas. Yulisa nos trae un Ishiyaki, un corte de paletero al carbón muy pequeño, cortado en tiras finas y servido sobre la hot rock, una parrillita de mesa que lo va cocinando lentamente. Una carne muy tierna, de sabor intenso.

Llega el momento del sushi, una de las experiencias bien especiales de Kinjo, pues a cargo de su bar de sushi tiene a Ricardo Ramírez, el más experimentado del país, entrenado por japoneses y con muchos años trabajando para ellos. Es perfecto.

Seguimos con el plato fuerte, Bibimbap, una preparación coreana servida en un cuenco de piedra volcánica con lomo bulgogi, arroz shari, vegetales, huevo y gochujang (salsa picante), que Yulisa se encarga de mezclar y servirnos ¡puro umami!

Creemos que no nos queda espacio para nada más hasta que llega el postre, se llama Ichigo y es rollo tipo sushi, de crema de avellana y cacao, fresas, banano y crema chantilly, apenas con el dulce necesario y el cierre de un almuerzo perfecto.

La conclusión. Kinjo Barrio Asiático es el preferido de los foodies porque lo tiene todo: una excelente cocina y un espacio que invita a disfrutar lentamente de ella. Sin afanes y con mucho placer. Larga vida a Kinjo.

Carrera 49 N°. 128 C-06, Prado Veraniego. Abierto de lunes a jueves de 11:30 a.m. a 8:30 p.m. viernes y sábados hasta las 9:30 p.m. y domingos hasta las 5:30 p.m. Reservas: 601 304406 WA: 3212943257 – 3158254409- Instagram: @Kinjobog

Fotos: Archivo particular

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