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Tras el desastre del huracán Otis, el puerto resurge con hotelería nueva, ocupaciones récord y una narrativa de reinvención que va más allá del turismo.

Aída Pérez, Directora Operativa del Fideicomiso para la Promoción Turística de Acapulco (Fidetur) (Foto Orlando Gómez)

Aída Pérez, Directora Operativa del Fideicomiso para la Promoción Turística de Acapulco (Fidetur) (Foto Orlando Gómez)


Durante semanas, Acapulco fue una postal en ruinas. Después de Otis, todo parecía perdido: techos volando, hoteles hechos trizas, y un silencio espeso sobre el Pacífico mexicano que se sentía más a abandono que a descanso.

Sin embargo, bajo ese mismo cielo deshecho, empezó a fraguarse algo más potente que cualquier ventarrón: una voluntad colectiva. Hoy, con apenas 18 meses de distancia, este bellísimo puerto no solo se ha levantado: está reluciendo, como un carro recién estrenado, con hotelería cero kilómetros, ocupaciones récord y un futuro que promete cambiar las reglas del juego.

«Antes de Otis teníamos casi 20 mil habitaciones, que fueron destruidas por el huracán”, recuerda Aída Pérez, directora operativa del Fideicomiso para la Promoción Turística de Acapulco (Fidetur). “Hoy ya contamos con 15 mil operando, y en Semana Santa llegamos al 95% de ocupación hotelera. Es asombroso», dice.

Y ese tono suyo —entre orgullo y vértigo— no es casual. Porque lo que se juega en Acapulco por estos días no es solo la recuperación de un destino, sino la narrativa de cómo se puede renacer, ser más fuerte, más claro, más ambicioso.

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INVERSIÓN EN INFRAESTRUCTURA

Las cifras hablan por sí mismas, pero lo que va por dentro es lo que se grita: según datos del Fidetur, la inversión en infraestructura turística —entre sector público y privado— ya supera los 800 millones de pesos mexicanos, cerca de $42 millones de dólares, desde el paso del huracán.

De esos, cerca del 60% han sido destinados para renovaciones hoteleras, lo que significa no solo reconstrucción, sino rediseño, modernización, y un cambio profundo en el tipo de turismo que el puerto quiere atraer.

«Los huracanes se llevan lo bueno, pero también lo malo», confiesa Aída. «Muchas de esas habitaciones destruidas eran un poco viejas y —en cierta forma— mal mantenidas. Hoy estamos hablando de una planta hotelera completamente nueva. Los turistas van a llegar y van a estrenar”, anticipa.

No es una metáfora: camas nuevecitas, colchones sin estrenar, lobbies recién pulidos, sistemas eléctricos de última generación y hasta piscinas reconstruidas desde los cimientos. Es un reboot de la industria.

Y mientras tanto, el calendario se prepara para el gran regreso: el Tianguis Turístico 2026 volverá a Acapulco para celebrar su 50 aniversario. Un evento que —por logística, reputación e impacto económico— se siente como el equivalente turístico a organizar unos Juegos Olímpicos.

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EN CONEXIÓN CON LA NATURALEZA

Pero ojo, que la transformación va más allá del concreto. El nuevo Acapulco quiere contar una historia distinta: menos basada en la rumba desenfrenada y más conectada con la naturaleza, el ecoturismo y las experiencias locales.

La apertura del primer mariposario del puerto, la activación de tours por las lagunas y por los petrograbados prehispánicos, así como una apuesta decidida por el turismo de cruceros son solo algunas piezas del nuevo rompecabezas de Acapulco.

Y hablando de cruceros, el puerto ya está 100% operativo y ha comenzado a recibir embarcaciones internacionales.

Además, en lo que va de 2025, Acapulco ya ha recibido vuelos desde Canadá, así como una conexión directa desde Houston.

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NUEVAS APERTURAS

«Y cada vez más gente local está abriendo restaurantes, apostando por experiencias más auténticas», dice Aída. En sus palabras, uno intuye algo más profundo que una campaña de promoción: una especie de renacimiento cultural, de apropiación del destino por parte de quienes lo habitan. Una muestra enorme de orgullo acapulqueño.

De hecho, el 63% de las nuevas inversiones registradas provienen de acapulqueños y guerrerenses, según cifras del gobierno local.

“El sol se cae sobre la bahía como si no hubiera pasado nada”, dice Aída. “Pero adentro —en los pasillos, en las terrazas, en las cocinas recién reabiertas— la sensación es distinta. Se siente como si Acapulco hubiera tomado el peor día de su historia y lo hubiera convertido en el primer paso hacia algo mayor. Estamos felices, como de fiesta», remata.

Tal parece que no es solo alegría. Más bien suena como una advertencia. Porque cuando un lugar sobrevive a su propio colapso y encuentra en él una oportunidad, hay que prestarle atención.

Algo está pasando en Acapulco. Y no es solo turismo. Es estrategia, es reconstrucción. Es futuro.

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