Publicado el 12 de noviembre de 2011 por Ellen Brown
Henry Ford dijo, «Está bien que la gente de la nación no entienda nuestro sistema bancario y monetario, porque si lo hicieran, creo que habría una revolución antes de mañana en la mañana».
Estamos empezando a entender, y Ocupa Wall Street parece el principio de la revolución.
Estamos empezando a comprender que nuestro dinero es creado, no por el Gobierno, sino por los bancos. Muchas autoridades han confirmado esto, incluyendo a la Reserva Federal misma. El único dinero que el Gobierno crea actualmente son monedas, que comprenden menos de una parte de una diez mil ésima de la oferta monetaria. Las Notas de la Reserva Federal, o billetes de dólar, son emitidas por los bancos de la Reserva Federal, todos doce cuya propiedad es de bancos privados en su distrito. La mayoría de nuestro dinero entra en circulación en la forma de préstamos bancarios, y viene con una tasa de interés incorporada.
De acuerdo a Margrit Kennedy, una investigadora alemana que ha estudiado este tema extensamente, el interés ahora comprende el 40% de todo lo que compramos. No lo vemos en las etiquetas de precios, pero hay un interés impuesto en cada etapa de producción. Los proveedores necesitan pedir prástamos para pagar por mano de obra y materiales, antes de que tener un producto para vender.
Para los proyectos gubernamentales, Kennedy encontró que el promedio del costo de interés es del 50%. Si el Gobierno fuera dueño de los bancos, podría quedarse con el interés y financiar estos proyectos a mitad de precio. Eso significa que los gobiernos —estatal y federal— porían duplicar la cantidad de proyectos que pueden pagar, sin costarle a los contribuyentes ni un solo centavo más de los que actualmente están pagando.
Esto abre interesantes posibilidades. Los gobiernos estatal y federal podrían financiar todo tipo de cosas que creemos no poder financiar actualmente, simplemente siendo dueños de los bancos. Podrían financiar algo con lo que Franklin D. Roosevelt y Martin Luther King soñaron — una Carta de Derechos Económicos.
Una Visión para el Mañana
Es su primer discurso inaugural en 1933, Roosevelt criticó la corta visión de la avaricia de Wall Street que precipito la Gran Depresión. Dijo: «Ellos sólo conocen las reglas de una generación de egoístas. No tienen visión, y cuando esta falta la gente perece».
La propia visión de Roosevelt llego a su punto más agudo en 1944, cuando propugnó por una Segunda Carta de Derechos. Decía:
Esta república tuvo sus inicios, y creció hasta su fortaleza actual, bajo la protección de ciertos derechos políticos inalienables […] Eran nuestros derechos a la vida y la libertad.
Sin embargo, a medida que nuestra nación ha crecido en tamaño y estatura —mientras nuestra economía industrial se expandía— estos derechos políticos probaron ser inadecuados para asegurarnos la igualdad en la búsqueda de la felicidad.
Luego enumeró los derechos económicos que él creía necesarios para ser sumados a la Carta de Derechos. Estos incluían:
El derecho a un trabajo;
El derecho a ganar suficiente para pagar por comida y ropa;
El derecho de los empresarios a estar libres de competencia desleal y dominación por monopolios;
El derecho a una vivienda decente;
El derecho a atención medica adecuada y la oportunidad de disfrutar de buena salud;
El derecho a protección adecuada frente a los temores económicos de la vejez, enfermedad, accidentes y desempleo;
El derecho a una buena educación.
Los tiempos han cambiado desde que la primera carta de derechos fue agregada a la Constitución en 1791. Cuando el país fue fundado, las personas podían asegurar alguna tierra, construir una vivienda en ella, cosecharla y ser autosuficientes. La Gran Depresión vio a la gente fuera de sus casas y viviendo en las calles —un fenómeno que vemos de nuevo actualmente. Pocas personas son dueñas de su vivienda en el presente. Incluso si usted ha adquirido una hipoteca, estará en servidumbre de deuda con el banco por alrededor de 30 años, antes de que la vivienda sea realmente suya.
Las necesidades de salud también han cambiado. En 1791, la comida era natural y rica en nutrientes, y el ejercicio al aire libre estaba incluido en el estilo de vida. Las enfermedades degenerativas tales como el cáncer y enfermedades del corazón, eran raras. Hoy en día, el seguro médico para algunas personas puede costar tanto como el arriendo.
También están los préstamos para estudios universitarios, que colectivamente ahora exceden el billón de dólares, incluso más que la deuda por tarjetas de crédito. Los estudiantes egresan de las universidades no sólo sin trabajo, sino cargando también deudas de 20.000 dólares o más a sus espaldas. Para los estudiantes de medicina y otros estudiantes de posgrado, puede llegar a ser de 100.000 dólares o más. De nuevo, eso es tanto como una hipoteca, sin una vivienda para mostrar. La justificación para incurrir en estas deudas, era que supuestamente los estudiantes conseguirían mejores trabajos cuando se graduaran, pero ahora estos son escasos.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la Ley de Veteranos de Guerra (G.I Bill), proveyó a los que regresaban de servicio de matrícula universitaria gratuita, así como préstamos baratos para vivienda y negocios. Fue llamada la ‘Carta de Derechos de los Veteranos’ (“G.I Bill of Rights”). Los estudios han demostrado que la Ley de Veteranos de Guerra se pagó por sí misma siete veces, siendo una de las inversiones más lucrativas que el Gobierno ha llevado a cabo.
El Gobierno podría hacer esto de nuevo —sin incrementar los impuestos o la deuda federal. Lo podría hacer al recuperar el poder de crear dinero de las manos de Wall Street y el sector de servicios financieros, que ahora se lleva un exagerado 40% de todo lo que compramos.
Una Constitución Actualizada para el Nuevo Milenio
Los bancos adquirieron el poder de crear dinero por defecto, cuando el Congreso declinó reclamar esta facultad en la Convención de 1787. La Constitución únicamente dice que « el Congreso tendrá la facultad de acuñar moneda [y] regular dicho poder» Los fundadores dejaron por fuera no sólo al papel moneda, sino a las chequeras, el dinero de tarjetas de crédito, de fondos de mercado, y otras formas de intercambio que actualmente comprenden la oferta monetaria. Todos estos son creados por instituciones financieras privadas, y todos entran a la economía como préstamos con intereses incorporados.
Los gobiernos —estatales y federales— podrían pasar por alto la cuenta del interés, al crear sus propios bancos de propiedad pública. La banca se convertiría en un servicio público, una herramienta para promover la productividad y el comercio, en lugar de para la extracción de la riqueza de la clase deudora.
El Congreso podría ir más allá: podría reclamar la facultad de crear dinero de manos de los bancos y financiar su presupuesto directamente. De hecho, podría hacer esto sin cambiar ninguna ley. El Congreso está facultado para ‘acuñar moneda’, y la Constitución no establece un límite sobre el monto nominal de las monedas. El Congreso podría acuñar unas pocas monedas de un billón de dólares, depositarlas en una cuenta, y empezar a girar cheques.
Las propias cifras de la Fed muestran que la oferta monetaria se ha reducido en 3 billones de dólares desde 2008. Esa suma puede ser gastada en la economía sin inflar los precios. Tres billones de dólares podrían servir de mucho en la generación de empleos y servicios sociales necesarios para cumplir con una Carta de Derechos Económicos. Garantizarle el empleo a cualquiera que esté dispuesto y apto para trabajar, aumentaría el PIB, permitiendo que la oferta monetaria se expanda más sin inflar los precios, debido a que la oferta y la demanda se incrementarían juntas.
Modernizando la Carta de Derechos
Como Bob Dylan decía: «Los tiempos están cambiando». Los tiempos revolucionarios llaman a soluciones revolucionarias y a un contrato social actualizado. Apple y Microsoft actualizan sus sistemas cada año. Estamos tratando de encajar un complejo y moderno modelo monetario en una estructura constitucional que tiene 200 años.
Después de la muerte del presidente Roosevelt en 1945, su visión de una Carta de Derechos Económicos se mantuvo viva con Martin Luther King. «La verdadera compasión», decía King,«es más que darle una moneda a un limosnero; consiste en ver que un edificio que produce limosneros necesita ser reestructurado».
MLK también ha fallecido, pero su visión ha sido sostenida por una variedad de grupos de reforma monetaria. El Gobierno como ‘empleador de último recurso’, garantizando un salario para vivir a cualquiera que quiera trabajar, es una plataforma básica de la Teoría Monetaria Moderna (MMT por sus siglas en inglés). Un estudiante de la MMT declara en su página web que «terminando con las enormes ganancias no merecidas adquiridas por medio de la privatización de nuestra moneda soberana[…] Es posible tener un pleno empleo real sin causar inflación».
Lo que era suficiente para una simple economía agraria, no provee un marco adecuado a para la libertad y la democracia en el presente. Necesitamos una Carta de Derechos Económicos, y tenemos que terminar con la privatización de nuestra moneda nacional. Sólo cuando el privilegio de crear la oferta monetaria nacional regrese a la gente, podemos tener un Gobierno que sea realmente del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
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Ellen Brown desarrolló sus habilidades de investigación como abogada litigante en derecho civil en Los Ángeles; graduada de UC Berkeley y UCLA School of Law. En Telaraña de Deuda (Web of Debt), su último de once libros, aplica esas habilidades en el análisis de la Reserva Federal y el ‘conglomerado del dinero’. Muestra cómo este cartel privado ha usurpado el poder de crear dinero de manos de la gente, y cómo nosotros, la gente, podemos recuperarlo. Ha escrito cerca de 100 artículos sobre este asunto desde que Web of Debt fue publicado por primera vez.
Sus sitios web son www.telaranadedeuda.com www.webofdebt.com y www.ellenbrown.com
Es columnista regular de Truthout, Huffington Post, Yes!, Seeking Alpha y Global Research, y presidenta del Public Banking Institute (Instituto de la Banca Pública), publicbankinginstitute.org
Síganos en Twitter: @telaranadedeuda
Traducido por Pedro Vivas.
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