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Es importante tener presente que los miembros de la junta tienen el encargo de representar a los dueños de la empresa ante la administración. Por tanto, los gerentes como cabeza de la administración, deben recibir de la junta las orientaciones claras de lo que los dueños desean que se haga con su inversión.

Generalmente, esto queda expresado en la misión y la visión de la compañía, que no necesariamente se refleja en los documentos legales de constitución, en lo que allí se denomina como su objeto social.

Por lo que es importante que exista una previa comunicación, a profundidad, entre los accionistas y quienes los representan en la junta ante la organización.

En esa conversación, debe quedar muy claro qué negocio desean tener y cómo esperan verlo los socios hacia el futuro. Es la expresión concreta de su anhelo, que la junta debe convertir en acciones administrativas que conduzcan al cumplimiento de su sueño.

Es, por tanto, clave, tener presente que la junta es una amalgama de diferentes especialidades que se manifiestan en los miembros que la componen, pero que, a su vez, se complementan mutuamente con sus particulares experiencias y conocimientos, de manera que se expresen en sus actos administrativos, de forma integral, considerando todos los frentes que son propios de la actividad organizacional que compromete a la empresa con todos sus grupos de interés.

Es por ello que, dentro de los miembros de la junta, debe haber personas que técnicamente conozcan de las tendencias y el «estado del arte» del tipo de empresa que se encuentran liderando.

Técnicos con conocimientos y experiencia probada en el sector, que puedan aportar a la administración ese conocimiento y sean interlocutores válidos de la gerencia en todos estos aspectos, de manera que, como directores y asesores de la gerencia, puedan dar todo el soporte necesario, en función de las cosas que, desde el punto de vista de su experticia, se deben manejar.

Igualmente, se requieren miembros de junta que tengan una formación humanista y social profunda, de manera que sus conceptos contrasten con las decisiones técnicas, para lograr un equilibrio favorable entre lo que la técnica y el comportamiento humano demanda.

Para estos miembros de junta, su preocupación por la gente y la forma como ella responde a las motivaciones de diferente tipo, es fundamental, pues no podemos olvidar que las organizaciones son el producto de lo que logra su gente y no las máquinas ni los programas o aplicaciones que la tecnología propone para la solución de los problemas.

La tecnología, sin el buen concurso de quien la adquiere, la implementa y la maneja, no pude dar resultados adecuados a las expectativas, sin los estímulos que determinan el comportamiento de las personas, dentro y fuera de la organización.

La forma como los compradores responden a ello y la confianza que se pueda generar en todos los ambientes de la cadena de suministro – insumos, proceso y atención al cliente- , dependen de la cultura de la organización, más que de su tecnología.

La tecnología es una variable dependiente de la cultura organizacional y, por tanto, todas las decisiones que con ella se relacionan, dependen de lo que las personas desean hacer con ella y, en el caso de los negocios, de la forma como deberán estimularse todos los públicos que interviene en el proceso y los resultados -empleados, clientes y proveedores-, para alcanzar los propósitos de la organización.

Por último, siempre hay que tener un buen abogado y un excelente financiero.

Todos, alineados con los valores que aseguren los comportamientos éticos que, en el largo plazo, son los que garantizan la sostenibilidad del negocio, por el alcance de su aprecio en la sociedad y la confianza que sus actos generan en los públicos con los que interactúan.

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