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La economía digital, entendida como la integración del Internet al mercado y por ende a las formas de producción y de consumo, es una realidad. No es gratis el hecho de que a este proceso también se le conozca como la ‘Cuarta Revolución Industrial’, pues ya percibimos que la transformación digital dejó de ser una opción para convertirse en una obligación.

Para Joseph Schumpeter las innovaciones generan procesos de crecimiento que terminan por volver obsoletos algunos productos o empleos, por lo que al cabo de un tiempo las innovaciones pueden ser tanto creadoras como destructoras, esto es lo que se llama ‘destrucción creativa’. Entonces, cuando nos preguntamos si tanto progreso en materia digital en algunos sectores puede resultar en oportunidades para algunos y amenazas para muchos, considero que su impacto depende de qué tan rápido seamos capaces de transformarnos y qué tantas barreras debamos superar.

La economía digital ha tenido grandes impactos a nivel mundial en sectores como el turismo, el transporte, la cultura y el sector bancario, entre muchos otros. Ha permitido una mayor competencia y en algunos casos una transformación de la economía colaborativa.

La conectividad se convirtió en un reto para el progreso y para disminuir la inequidad.

El turismo, por ejemplo, no solo ve una gran competencia en la economía colaborativa, sino que la integración de bases de datos ha permitido a los usuarios tener una información más transparente de los precios y así poder escoger la mejor oferta (despegar.com). Pasa igual con el transporte de personas y de mercancías: se han disminuido costos y se ha mejorado el abanico de posibilidades al comprador. En la cultura la tecnología nos abrió un sinnúmero de opciones para acceder a la música, el cine y recientemente —con el COVID-19—, vimos que hasta al circo y al teatro. A nivel bancario en muchos países están llegando los bancos virtuales, eliminando así costos de transacción y rompiendo esquemas tradicionales.

De las lecciones que aprendimos en el país en los meses anteriores (durante el aislamiento obligatorio por COVID-19), tenemos que las empresas y universidades aceleraron sus procesos de transformación hacia lo digital para continuar con sus actividades. Sin embargo, también fuimos testigos que no fue fácil para todos: hay quienes no pudieron continuar con sus procesos académicos, y otros vieron cómo perdían sus inversiones, puestos de trabajo y hasta sus sueños.

Algunos estudios indican cómo en América Latina, durante el tiempo que llevamos en pandemia, los negocios FINTEC aumentaron en un 72 %. Paralelamente, otro estudio de la Cepal muestra que en América Latina solo el 68 % de la población tenía acceso a Internet en 2018, cifra que está por debajo del 84 % de los países desarrollados; también, señala que el 75 % de la población más rica de la región accede a Internet, en cambio solo el 37 % de la más pobre puede hacerlo.

Seguramente la crisis económica generada por el coronavirus nos hizo retroceder en logros obtenidos en materia de superación de pobreza y desigualdad. Aumentar la cobertura y posibilidades de acceso a Internet es la nueva tarea que tiene el Gobierno para recuperar el poder adquisitivo y reducir la brecha de desigualdad, pues la conectividad se convirtió en un reto para el progreso y para disminuir la inequidad.

Paula Bula Galiano
Docente de la Facultad de Administración, Finanzas y Ciencias Económicas
Universidad Ean

 

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