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Colombia inaugurará el 29 de julio en Bogotá, Cali, Medellín, Cartagena, Barranquilla, Pereira, Armenia y Manizales 8 estadios renovados e idóneos para la competencia futbolística internacional. En ellos se jugarán los partidos de la Copa Mundial de Fútbol Sub 20 de la FIFA Colombia 2011, el evento deportivo más importante celebrado en nuestro país en toda su historia, al que vendrán 23 selecciones del mundo y que será transmitido a 200 países.

Son estadios concebidos bajo el estándar global de la FIFA. Tienen un solo túnel de tránsito para los dos equipos, sillas en todas las tribunas e instalaciones especiales para los medios de comunicación, entre otras novedades. Carecen de mallas que separen las gradas del campo de juego, una prueba de la arriesgada apuesta mundial para erradicar del deporte la violencia salvaje que lo enluta.

Esos estadios, como ocurre con otros del mundo, pueden utilizarse para conciertos y eventos musicales multitudinarios, tratando la gramilla con la pulcritud de los montajes sofisticados de nuestros días. Será una misión difícil, tal vez imposible, de cumplir en Colombia, porque para habilitarlos es preciso deponer la molestia que despierta en la prensa deportiva, y en muchos otros sectores, la profanación del césped, que no merece otro contacto que el del guayo bravío del futbolista.

Así que en Bogotá, seguiremos sin un sitio especial y adecuado para realizar eventos masivos y albergar artistas de talla mundial, dolientes todos con la vergüenza que pasamos con Andrea Bocelli y los tenistas Djokovic y Nadal. Tiene toda la lógica comercial habilitar un pabellón de Corferias para que quepa un número de asistentes que permita recuperar el platal invertido en traer al tenor, pero es deplorable que un espectáculo de esa talla, con requisitos tan especiales de acústica y elegancia, termine en la vaguedad de un depósito de feria.

Al partido de tenis entre Djokovic y Nadal lo salvaron una conjunción de celestiales circunstancias. El buen patrocinio, la atención excelente, el furor cariñoso del público, el montaje adecuado del espacio de contienda y el carisma juvenil de las raquetas. Sin embargo, y bajo el aguacero babilónico de ese día, era lastimoso el trancón que copaba la Avenida Ciudad de Quito, el caos del parqueadero, la falta de hospitalidad de la infraestructura y el agua que se colaba a través de las tejas de pesar del Coliseo “Cubierto” El Campín.

Lo cierto es que desde los tiempos idos, los espacios de entretenimiento y diversión son inherentes a la vida ciudadana. Resultan obligatorios en la dotación urbana, como el anfiteatro de Grecia y el teatro y el coliseo romanos. Así como se planean las redes de acueducto y las vías, se fija el lugar de los espacios de entretenimiento, ojalá con una vigencia futurista, para que la voracidad de la urbanización inatajable y el volcán demográfico no los vuelvan anacrónicos en un volar.

Tampoco habrá en Bogotá sitios de conciertos y de juegos deportivos en esta Alcaldía, dejándole el problemita a la próxima administración. La pertinencia y la calidad de estos espacios otorgan competencia a la ciudad y nos evitan pasar esas vergüenzas que estamos pasando. Ojalá los candidatos en ciernes, visibles y escondidos, tengan una respuesta sensata a esta carencia y no nos sigan mandando a los charcos del lugar.

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