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 Capítulo VIII

PERDÓN Y…¿OLVIDO?

Dentro de los cambios que produce la enfermedad en el alma, está el deseo de sanar todas las heridas que se tiene aún sin curar.

De tiempo atrás había decidido hacer negocios con un amigo que había conocido, siendo él un adolescente, bastante díscolo. Yo, que por aquellos tiempos, tenía el corazón lleno de ilusiones, pero sin un peso en el bolsillo, había decidido estudiar ingeniería y él, no sé si se graduó de bachiller. Era claro que lo suyo no era el estudio, sino hacer plata, a toda costa.

Después de muchos años, su objetivo lo había logrado. Tenía mucho dinero: una venta de carros de segunda mano, lograda gracias a su sagacidad y al dinero producto de la venta de una pequeña fábrica de zapatos que tenía su padre. Su habilidad para los negocios y el dinero de dos de sus varias mujeres, le permitieron hacerse a fincas que, con habilidad, administraba y crecía, asociado con amigos a los que invitaba a participar en sus prósperos negocios.

Yo, pasado el tiempo, estaba un poco desentendido de lo que aquel amigo hacía, pues, mi dedicación a mi vida profesional, no me daba tiempo de frecuentarlo, pero, pasados ya muchos años, yo había logrado un pequeño capital, fruto de mi trabajo y buenas posiciones que había tenido en varias de las empresas en las que me había desempeñado en cargos de alta dirección.

En un encuentro casual, volvimos a vernos. Me contó de su éxito y me propuso invertir mi dinero en un negocio de ganadería para una finca que había adquirido en el Magdalena Medio, una empresa constructora, una comercializadora internacional  y una operación de distribución de motos que, en ese momento, empezaba a tener demanda.

Mis ocupaciones me impedían supervisar, de manera detallada, los avances de tales inversiones, ¿pero cómo no confiar en una persona como él que, en muchas ocasiones de su vida, pude, con gusto. brindarle mi apoyo?

El tiempo avanzaba y yo no veía las utilidades de tales inversiones. Pronto empezaron a llamarme los bancos en los que habíamos abierto operaciones del crédito para apalancar las operaciones, gracias a mis buenas relaciones con este sector. La ganadería no crecía y, los otros negocios, según mi amigo. necesitaban más inversión. Su capital se incrementaba y el mío se desaparecía.

Cuándo decidí intervenir. Me di cuenta que el dinero invertido se había perdido. A los negocios, le había  sacado el capital con operaciones fraudulentas y, el dinero, producto de los ahorros de toda una vida de trabajo honrado, no solamente se había perdido, sino que las deudas con los bancos, a los que había dado mi aval  por confiar en este personaje no solamente eran impagables, sino que se encontraban todas vencidas y en procesos jurídicos de cobro.

Como por obra de magia, o mejor, por mi estupidez, el personaje, me había estafado. Cosa que, después y en medio de mis dificultades, pude darme cuenta, al descubrir que acostumbraba a hacer esto con todos sus amigos y familiares.

Pienso que, este estrés, produjo el cáncer que he comentado en estos escritos. Es un tema que he hablado con varios colegas de la enfermedad y todos coincidimos con ello: el exceso de estrés, produce una baja de defensas extrema que predispone el organismo para esta enfermedad.

En el proceso del cáncer, aprendí a no odiar y perdonar, pero también aprendí que, el perdón, es un acto de reconciliación interior consigo mismo. Independientemente de cómo lo acepte la persona que ha hecho la ofensa.

En mi caso, este acto de perdón al personaje de marras, le resbaló. No le importó e lo más mínimo. Siguió siendo como era, pero, aún más sofisticado, vinculado a personas de muy dudosa reputación. con el fin de acrecentar su fortuna, sin importar los medios.

Esto fue un reto a mi decisión de perdonar, pero, gracias a Dios, lo logré, pues mi sentimientos contra el personaje me estaban envenenando.

Eso si, no olvidé. Porque de todo se aprende. Sobre todo, de las estupideces que comete uno en la vida, se aprende, y la experiencia sirve. Y si es mala, para tratar de no volver a repetirla.

 

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