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Lo bueno:

Su decisión por reivindicar a los pobres.

Su ánimo por reducir las diferencias entre los más ricos y los más pobres, en un país que es el segundo en América y el séptimo en el mundo con más diferencias sociales y económicas.

Su capacidad de análisis e investigación, que le permitieron ser de los congresistas más reconocidos en su época.

Su elocuencia y su capacidad para decir lo que le gusta a la mayoría de la gente.

Lo malo:

Su incapacidad para trabajar en equipo y mantener, dentro del mismo, a personas muy valiosas e inteligentes, con gran experiencia y capacidad para aportar.

Su falta de liderazgo, que se evidencia en su falencia sistemática para delegar y generar confianza en su equipo de trabajo – su gobierno, en la alcaldía de Bogotá, es una buena evidencia de ello-.

Su improvisación y falta de planeación, hicieron manifiesta su incapacidad de gestión en la alcaldia de Bogotá, generando decisiones inviables, desde el punto de vista económico, que produjeron una pérdida patrimonial incalculable, de la cual, la cuidad, llevará mucho tiempo para su recuperación.

Lo feo:

Su resentimiento social, que no solamente se trasluce en su discurso, sino también en su experiencia de vida, en las acciones bandoleras y terroristas del M-19; lo convierte en una amenaza para la paz y la estabilidad política del país.

Sus colegas políticos en Latinoamérica, han llegado al poder, gracias a la debilidad democrática que se presenta en estos países, pero, luego allí, montan regímenes autoritarios y violentos, para enquistarse, evitando todo asomo de democracia -Cuba, Bolivia, Venezuela, Nicaragua, etc.-. Validando así los principios que mueven a los extremos políticos de izquierda y derecha: en que el fin justifica los medios. Es la política del todo vale, donde los extremos siempre se unen.

Feo. ¡Muy feo!

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