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Más de doscientos años de guerra, odio y explotación de un pueblo que no encuentra la paz en medio de tanta injusticia e inequidad.

Desde las ambiciones y luchas intestinas entre los partidarios de Bolívar y sus ideas centralistas y, de algún modo, autoritarias; y las intenciones legalistas y burocráticas de Santander que propiciaban la descentralización del Estado y la mayor independencia para las regiones.

Salmuera que se convirtió, en poco tiempo, en una lucha intestina entre los liberales revolucionarios y los conservadores que, divididos entre históricos y nacionales, nunca pudieron consolidar una mayoría suficiente para justificar su vocación de poder, lo que históricamente los ha llevado a imponerse, con base en la ignorancia de la mayoría del pueblo que, miedoso y taimado, los apoya sin poder superar las fronteras de un “status quo” que lo encasilla en la añoranza de un Estado monárquico, arraigado a la tierra y al poder de las posiciones burocráticas del Estado. Sin lograr desprenderse de las viejas concepciones de jerarquías sociales de clase que menospreciaban a los comerciantes y empresarios, tratando de mantener una aristocracia retardataria. Posición lograda, en muchos ocasiones, por la injusta distribución de la tierra y su monopolio del poder.

Ahora, como antes, ante los dos partidos tradicionales casi desaparecidos, se enfrentan otros movimientos:

Uno, compuesto por revolucionarios que reivindicado los derechos de los más pobres y marginados, como los antiguos revolucionarios liberales de la guerra de los mil días, no descartan, como método de lucha, la descarnada, indiscriminada y criminal acción contra el establecimiento que los oprime, plenos de odios acumulados que, en su deseo de venganza, afecta a toda la población.

Otro, conformado por las nuevas oligarquías emergentes, producto del enriquecimiento ilícito, resultado de la contratación estatal, las artimañas rentistas del sistema financiero, el lavado de activos y el tráfico de personas y de droga, más una clase media que esperanzada en hacerse rica, o creyéndose tal sin serlo, en medio de su ignorancia y desinformación, se deja engañar y, de manera ciega, se pliega al servicio de aquellos caudillos que siempre han impedido su progreso. Los mismos que las cargan de impuestos y tributos, sin darse cuenta que son utilizadas para los fines que se proponen los que las explotan para financiar y acrecentar sus patrimonios, generalmente, mal habidos.

Y, otros, que no están con los unos ni con los otros, que son conscientes de la necesidad del cambio, pero no encuentran quien los represente claramente, porque no comparten plenamente sus valores, lo que les genera desconfianza, porque no ven claramente la independencia de los que pretenden representarlos o, finalmente, porque no muestran el carácter suficiente para manejar la complejidad de problemas que tiene Colombia.

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