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(Continua)

 Dentro del avance de este documento: ”La ética como el conjunto de formas de comportamiento de los miembros de grupos sociales, acordes con principios y valores: naturales, religiosos, políticos, culturales y sociales,  generalmente aceptados; se constituye en la herramienta más poderosa de convivencia ciudadana y buen gobierno que cualquier organización pueda tener, con el fin de garantizar su permanencia y prosperidad, en medio de un mundo confundido con un mal concepto aprehendido de libertad y competencia entre los individuos, las sociedades y los países. (Jairo A. Trujillo Amaya, Ëtica, Capital Social y Desarrollo, Curso de Ética Empresarial, Universidad de La Sabana, FORUM,  2006).

 Reconocer estas diferencias, fundamentales y esenciales a la persona humana, es el objeto de la ética; en la medida en que los comportamientos se refieren a actos que nos relacionan con nosotros mismos y con los demás, orientados a asegurar los elementos referidos de convivencia y responsabilidad. Esta concepción de la ética, nos reta a entender al otro y respetarlo como diferente, en la medida en que cada individuo, por esta relación de convivencia, se hace sujeto de derechos y deberes que son determinantes de su condición social.

 “La ética, se refiere a cualquier experiencia en nuestras vidas en la que se trate de deliberar y decidir cómo actuar, en relación con aquello que pensemos que vale la pena, aquello que es valioso, es decir, algo bueno.” (Kenneth Melchin, Living With Other People, 2003).

 Esto significa que, desde el mismo momento en que consideramos la posibilidad del acto que debemos realizar, nos enfrentamos ante una situación que nos reta éticamente. Tenemos que decidir qué hacer con relación a las personas que nos rodean o respecto a nosotros mismos y, por tanto, la forma como nuestras decisiones son tomadas con respecto a estas situaciones que nos afectarán y afectarán a los demás.

 La intelectualidad y la espiritualidad de las personas, se manifiestan, de manera tangible, en sus sentimientos y la forma como estos son afectados por las relaciones que mantenemos con nosotros mismos y con los demás, así como, las circunstancias en las cuales se desarrollan los actos éticos que nos comprometen todos los días.

 La persona humana es un costal de sentimientos que responde a una misma motivación, de manera distinta, según sea el conjunto de principios y valores que constituyen el cúmulo de conocimientos y saberes que van conformando su patrimonio cultural.

 Los principios, como esencia y fundamento, comprenden el conjunto de verdades, inmutables y universales, que aceptan la generalidad de las personas y determinan los factores comunes que unifican y concilian a los individuos. Mientras que, los valores, como conjunto de creencias, mutables y particulares (Jorge Yarce, Los Valores como Ventaja Competitiva, p 10 y 11,  Instituto Latinoamericano de Liderazgo),  conforman los criterios inividuales de las personas, que les dan identidad y concepciones diferentes: filosóficas, estéticas, científicas y, por qué no, éticas, dentro de la consideración de la definición que Kenneth Melchin nos aporta.

 Esta interpretación diferenciada de principios y valores, nos conduce a la esencia de la relación entre los individuos y su conformación de los grupos sociales, así como,  a la dinámica de los conflictos y la superación de los mismos (Ralf Dahrendorf, El conflicto social moderno: (encargo sobre plástica de libertad). Mondadori, 1994), tan estudiada por las ciencias sociales y, en particular, por la administración, en la “teoría de conflictos”.

(continuará)

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