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Una clase empresarial, soberbia, mendicante, sin creatividad y de espaldas a la realidad nacional, es la que pudimos observar en el congreso de la ANDI. 

 
No hay derecho a que, por la magia de los mercados monetarios, los empresarios se vean beneficiados con la oportunidad de vender a precios superiores a los que lo venían haciendo -en más de un 40%-, en el mercado más atractivo del mundo, con TLC incluido;  y, aún así, continúen exprimiendo a la sociedad colombiana, pidiendo descuentos tributarios y subsidios a un Estado que se encuentra asfixiado,  por la crisis de los precios del petróleo, y sin recursos para atender la recuperación del campo, arrasado por la guerra, donde los campesinos claman por poder sobrevivir, en medio de una espantosa miseria a la que los empresarios dan la espalda, sin sentido de solidaridad ni sensibilidad social alguna.
 
Mientras tanto, las utilidades que lograron, estos empresarios, en las épocas de bonanza, con un mercado local que les fue favorable en los últimos diez años, por el crecimiento de la demanda y el aumento de la clase media en las ciudades más importantes, se esfumaron en inversiones internacionales, diseñadas, en varios casos, con argucias y atajos de «planeación financiera», bien asesorados por compañías internacionales de auditoría muy reconocidas y experimentadas en el tejido de tales vericuetos. Todo ello, con el fin de eludir tributos y colocar dineros en paraísos fiscales suficientemente conocidos.
 
Es de destacar que, este milagro monetario de la depreciación del peso colombiano, es más poderoso y generalizado que cualquier subsidio que se pudiera proponer. Pues, no favorece exclusivamente a un sector, sino a toda la industria con algún valor agregado nacional. 
 
Los precios de la competencia, en los mercados regidos por el dólar y aún por el euro, en las economías europeas -en menor grado-, permiten aumentar los márgenes en cifras exponenciales, como cualquier entendido en el tema puede explicarlo. Y, en el mercado colombiano, coloca a los importadores de bienes finales, en una posición que les obliga a subir sus precios en igual proporción, lo que los pone en posición de franca desventaja con el productor nacional. Así las cosas, ¿cuánto más podría vender, en estas condiciones, un empresario colombiano de verdad? y ¿cómo sabría aprovechar la oportunidad tan grande que se presenta a la vista?
 
Pero, para responder a estas preguntas, se necesita sentido emprendedor, que es contrario a la posición de limosneros a la que se acostumbraron los empresarios colombianos.
 
Señores empresarios. No es hora de seguir mendigando. Es hora de ser creativos y de aprovechar las oportunidades. Para crear empresas fuertes, pero también para generar riqueza particular y social, sin escatimar los salarios de los trabajadores ni saquear las arcas de un Estado empobrecido por las situaciones propias de los precios del petróleo y otras materias primas que nos afectan.
 
¡Asuman el reto que nos propone estar en un país favorecido por una de las devaluaciones más altas del mundo!
 
Déjense ya de lamentos y argucias. No sé si llamarlas: infantiles, mediocres o, simplemente, «avionadas». Colombia, como los europeos y los japoneses, después de la guerra, necesita del esfuerzo de todos. 
 
Dejen de pensar como miserables e incapaces. ¡Pónganse a trabajar!

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