Se terminó el año de la misericordia y, en Colombia, no aprendimos a perdonar.
Pudo, aún más, el deseo de venganza y de protagonismo, acompañadas por la soberbia de una parte importante del país que no ve solución distinta que la de eliminar las diferencias por medio de la violencia, desconociendo el derecho de cada persona a ser distinta y pensar como tal.
Este enclave suramericano, parece perdido en medio del mundo, sumido en sus propios odios, producto de algunos de sus líderes que, a costa de su deseo de protagonismo, desconocen la propuesta de perdón sobre la que se funda la caridad cristiana.
Se la juegan por estrategias sociales excluyentes, para asegurar su poder y la posición de bienes mal habidos, producto del desplazamiento de los campesinos de sus tierras, usurpadas a sangre y fuego, con el apoyo de una generación de políticos formados en la cultura del narcotráfico, donde «todo vale», siempre y cuando se extermine al que piensa diferente.
Es así como, estos terratenientes, logran el respaldo de clases emergentes de las ciudades que, permeadas por la cultura del narcotráfico, se han posicionado como las nuevas élites, en un revolcón social donde, en lugar de mejorar, retrocedimos culturalmente.
Los paramilitares, aliados con la política del «todo vale». aprovechan la confusión social del No, para eliminar, de manera violenta, cualquier retoño de oposición democrática al «statu quo» de injusticia vigente, para asesinar al contrario que, a pesar de los peligros, se atreve a jugársela por una paz que abre espacios a los excluidos por sus ideas y piensan que, algún día, habrá democracia en Colombia.
Porque, la democracia, no es simplemente el régimen de las mayorías, si ellas no respetan los derechos de las minorías. Más aún, cuando las minorías desconocidas por las mayorías, se constituyen en un grupo casi tan grande como el de las mayorías, y estas últimas, desconocen a aquellas, lo que pretenden imponer es, a todas luces, una tiranía.
Asi se gestó el régimen de Hitler en Alemania. Igual que el régimen de Chávez en Venezuela y tantos otros que, después de elegidos, oprimieron las minorías y destruyeron las democracias que los eligieron.
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