La administración es un término que, necesariamente, va unido al de liderazgo, en la medida en que los dos cobran sentido en relación con las personas. Son ellas el objeto de la gestión administrativa, como también lo son de la función de liderar.
El punto que debemos considerar aquí es que, las personas, no solamente son objeto, sino que, también, son medio para poder conducir la nave hacia el destino que nos hemos propuesto, después de considerarlo con quienes responden, en primera instancia, por la misión y la visión de la organización. Es decir, los accionistas y su junta directiva.
Por tanto, quien gestiona un proceso administrativo, debe tener presente que su liderazgo no depende del nombramiento que se le haya hecho como capitán y timonel, sino de la aceptación que tenga de parte de la tripulación que va a depender de él.
Esto conduce a que la integridad e idoneidad del comandante está estrechamente ligada a un conjunto de virtudes, propias de la naturaleza humana, que se expresan en el comportamiento del líder al relacionarse con su tripulación. Es el momento de verdad del liderazgo; cuando, como producto de esta primera relación, los seguidores del líder, validan su idoneidad y reconocen si, realmente y con confianza, pueden entregar su destino organizacional a la conducción que se les propone.
Esto exige entender las características que son propias de la persona humana, compuesta de cuerpo, intelecto y espíritu que, para poder actuar, implica un correcto tratamiento de sus sentimientos que, en muchos aspectos, superan las potencias del intelecto.
Es muy frecuenta la pregunta que se hacen algunos administradores, respecto a: ¿Por qué, si los razonamientos que exponen a sus colaboradores son tan lógicos, estos no responden con eficiencia al logro de las propuestas que se les hacen? Seguramente, la respuesta al interrogante, si se explora con cuidado, se encuentra en los sentimientos que motivan las acciones de uno y otro.
Los líderes que con sus ideas no transmiten, por falta de sensibilidad, sus sentimientos más profundos que los comprometen con el alcance de los resultados, exponen sus ideas, como máquinas cibernéticas que, a modo de los computadores más eficientes, no motivan ni estimulan, por lo que no logran integrase adecuadamente con sus interlocutores. En estos casos, tampoco los colaboradores perciben en su líder una conexión directa con sus problemas diarios y sus angustias que, muchas veces, transcienden al mundo de la empresa y se centran en sus hogares, sus familias o los amigos más cercanos.
Esta amalgama de sentimientos, que a todos afecta, constituye la esencia de la motivación de las personas que nos rodean en el trabajo, la sociedad y la familia. No entenderlas, no explorarlas y, en el caso del líder, muchas veces, no manifestarla, disminuye el compromiso de quienes integran la organización. Generan desmotivación, insatisfacción y desconfianza que, a la larga, afecta el resultado, como producto de la desintegración del equipo que busca el estímulo que no encuentra en la empresa.
La falta de reconocimiento del liderazgo del administrador, genera: desconfianza, frustración y depresión en quienes se sienten incomprendidos y mal representados. Este es el principio de un proceso erosivo del ambiente empresarial que, generalmente, conduce: al fracaso de los administradores; su imposibilidad para alcanzar los logros organizacionales y atenta contra la estabilidad de la institución.
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