El liderazgo, concebido como la acción de los poderosos, conlleva una alta dosis de soberbia, un desconocimiento muy alto de las posibilidades reales, un exceso de confianza y, por tanto, una dosis de prepotencia que nubla la inteligencia y produce, casi siempre, decisiones equivocadas y francamente contradictorias.
Es lo que se aprecia de la posición asumida por Rajoy como cabeza del gobierno español, que ha arrastrado al rey y lo ha colocado en una posición de jaque que, si bien no es de mate, sí aproxima la situación a los límites máximos del juego.
El gobierno español tiene la razón, desde el punto de vista legal. Pero, cuando una comunidad desconoce, con argumentos sociales y políticos razonables, esa legalidad; y demuestra, en la práctica, que tiende a quedarse obsoleta porque dificulta su desarrollo y progreso, ha llegado la hora de revisarla y acomodarla, sin afectar los principios fundamentales de la comunidad.
Evidentemente, en la crisis de Cataluña y el resto de España, se muestran dos tipos de liderazgo diferentes: el del presidente de la Generalitat y el del jefe del gobierno español.
El primero, estimulado por el deseo de figuración y, con ello, su ambición desmedida por pasar a la historia a toda costa; y, el segundo, falto de argumentos convincentes e incapaz para expresarlos de manera apropiada, para evitar el uso de la fuerza.
Este último, cobijado por el derecho constitucional de hacer respetar la ley, acosado por el juicio de la historia, actúa irracionalmente, con el uso de la fuerza como único argumento capaz de restringir la posibilidad de actuar de las personas, pero inconsciente de la capacidad que tienen los sentimientos para animar las voluntades y la forma como, este sentimiento, en la medida en que se hostiga, se crece y empieza a impulsar la irracionalidad, hasta ser capaz de inmolar a las personas y empresas, a pesar de la irracionalidad de los argumentos.
Los ánimos se encienden y los nacionalizamos se acentúan, creando condiciones para la reivindicación de nacionalizamos perversos, donde, sobre el amor patrio, priman los odios al extranjero y al que es diferente. No importa la aventura en que haya que embarcarse ni la responsabilidad que se debe tener sobre los seguidores.
Prima lo absoluto sobre los relativo. La mente transformada, pretende convertir en verdad lo que es mentira y la falacia se convierte en el medio más recurrido para disfrazar la realidad y trastocarla.
Es el campo fértil para el crecimiento de la cizaña. Hierva mala, que destruye, de manera indiscriminada, lo bueno y lo malo por igual. No selecciona, porque la inteligencia se nubla y pierde toda capacidad e distinción y reflexión.
Pero su inserción, no conoce frenos y lleva a la comunidad a despeñaderos de muerte y desolación.
España no está lejos de haber vivido una situación extrema de este cuadro que hemos pintado, cuando hace algo más de 70 años, estalló, en su territorio, la guerra civil.
La falta de memoria de los viejos y la incapacidad de reconocer la historia, por parte de los jóvenes, parece que empezara a destruir un modelo democrático que produjo uno de los cambios culturales y económicos más importantes de la Europa de los últimos tiempos.
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