Capítulo XII
COMPAÑEROS EN LA LUCHA
Son muchos los que en el proceso se convierten en compañeros en la lucha. Pero, es importante reconocer que no todos aquellos que nos acompañaron en los tiempos en que estábamos sanos, son los que estarán con nosotros en los tiempos de la enfermedad.
Mis primeros desengaños se dieron cuando, al tiempo de darme cuenta que estaba enfermo, también me daba cuenta cómo, muchos de los que estuvieron cerca a mí, cuando podía ser productivo económicamente para ellos, ahora no tenían interés en entablar relaciones con quien era un condenado a muerte.
¡Que equivocado estaba al considerar amigos a esos personajes! Definitivamente tenía completamente tergiversado el concepto de la amistad.
Empecé a ver cómo se iba destruyendo el tigre de papel que configura la buena fama del buen administrador, capaz de enfrentar los diferentes retos que le imponían los empresarios, propietarios de negocios en crisis, a los cuales asistí entregando toda mi capacidad de trabajo y creatividad.
Algunos otros empresarios “amigos”, me dieron la oportunidad de asesorarlos, sin contratos escritos de por medio, obviamente. Años después, no han pagado la totalidad de honorarios correspondientes a tales asesorías. Sus nombres, no merecen destacarse, sus propias contradicciones, entre lo que predican y lo que hacen, fácilmente permiten descubrirlos y, poco a poco, ellos solos se irán desprestigiando.
La compañía comercializadora de mi propiedad que había fundado con esfuerzo y tesón, hacía siete años, se quebró, al descuidarla por motivos de mi enfermedad y por el exceso de confianza dado a un gerente mediocre sin la inteligencia ni la capacidad para poderla manejar.
El cáncer económico, en muchos casos, va de la mano con el fisiológico y le precede en forma sistemática y sin piedad.
Sin embargo, ahora, eran otros tiempos. Era muy difícil dar, al menos, en términos de lo que en la historia de mi vida profesional había podido dar. Ya habían pasado aquellos tiempos. Ya los que apreciaron el valor del experto administrador, no tenían interés en relacionarse con él, en la medida en que su inversión, debido a mi enfermedad, no era, probablemente, rentable. Los términos de la relación con las personas empezaban a plantearse en formas diferentes.
Fue difícil entender este cambio en el sentido de mis relaciones con los demás. Empezaba a manifestarse el término estrictamente humano en la relación, a cambio del netamente económico y utilitario, que era el que, la sociedad en la que me desempeñaba, estaba acostumbrada a valorar.
Los primeros compañeros en la lucha estaban en el Hospital San Ignacio, donde me practicaban la quimioterapia. Sus nombres, no importan, en la medida en que todos estábamos en un trance definitivo de nuestras vidas y lo que menos necesitábamos era cualquier posible figuración. Ellos, fueron mi soporte y me entregaron su capacidad de lucha como el mejor ejemplo de resignación y confianza en Dios. Los niños, que veíamos con nosotros, injustamente afectados por este flagelo, nos mostraron que se puede ser alegre y compartir sin restricción en medio de los padecimientos de la enfermedad y el tratamiento.
Mis compañeros del Instituto Latinoamericano de Liderazgo: Jorge Yarce, Regino Navarro, Carlos Rodríguez y otros cuya lista se haría interminable, al pretender nombrarlos a todos, unieron sus esfuerzos para darme apoyo y hacerme sentir productivo, en la medida en que construíamos nuestra teoría empresarial de “los valores como una ventaja competitiva”, concepto que, una vez desarrollado, se convertiría en un libro que publicó Jorge Yarce como compendio de los trabajos realizados en el instituto.
El Rector del CESA, Colegio de Estudios Superiores de Administración, Dr. Marco Fidel Rocha, me ratificó su respaldo cuando mi salud estaba en su momento más crítico.
Carlos Katime, desde su cálida ciudad de Santa Marta, me escribía, con el soporte moral que aprendió a manejar cuando quedó atado a una silla de ruedas, veinte años atrás.
Carlos Méndez, mi eterno y siempre fiel amigo, me brindó el calor de su familia y el apoyo moral que, en todo momento, es necesario tener.
Jean Michel Parret y su familia, quienes me demostraron, con hechos concretos, cómo deben enfrentarse las dificultades económicas.
Mi confesor, el padre Iván. ¡Tremenda humanidad, llena de contenido espiritual!
María Clemencia, mi esposa. Mis hijos, Juan Pablo y Anamaría. Mi madre. Y mis cuñadas: Margarita, María José, Juanita y Carolina, a quienes siempre llevaré en mi corazón.
Mi médico, Andrés Forero y su asistente Ruth, entregados, cada uno, a su oficio sin restricciones, llenos de amor y confianza en Dios.
Todos estos son mis compañeros de lucha y con ellos estaré siempre reconocido, pues me dieron un nuevo sentido de vida que antes no había podido conocer.
Había aprendido a sentir la alegría de dar, sin esperar recibir. También que, de todos los valores sociales, el más importante, es de la amistad: desinteresada, desprendida y entregada, como solamente el amor en Cristo permite alcanzar.
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