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Capítulo IX

EL TRATAMIENTO

La rutina en la que se desenvuelve el tratamiento del cáncer es bien compleja, en la medida en que se involucran, durante un muy largo periodo de tiempo: drogas, controles, enfermeras, médicos, pacientes, familiares, equipos especiales y cuanto amigo se siente con deseo de ayudar.

El primer día de quimioterapia me presenté a la clínica en compañía de mi esposa, María Clemencia y mis dos hijos, Anamaría y Juan Pablo.

Mientras nos desplazábamos por los pasillos de la clínica, no hablábamos de ningún tema en particular, como deseando eludir la realidad a la que nos íbamos a enfrentar en muy poco tiempo.

Fue así como, al llegar al piso donde se atendía a los pacientes de quimioterapia, nos entrevistamos con Ruth, jefe de enfermeras. Ella pidió las diferentes pruebas que se me habían realizado con el propósito de hacer las comprobaciones del caso para constatar lo adecuado de los medicamentos y proceder a hacer la preparación de las dosis correspondientes.

Mientras tanto, yo podía apreciar la cola de pacientes que estaban llegando para ubicarse en los puestos destinados al tratamiento. Todos, en general, manifestaban, por el color de su piel, lo delgado de su cuerpo y la caída del cabello, lo avanzado que pudiera estar el tratamiento o el nivel de complicación del cáncer que sufrían.

Una vez hechas las comprobaciones del caso, Ruth, procedió a ubicarme en una de las diez sillas que se encontraban en el lugar destinado a hacer el tratamiento de quimioterapia a los pacientes correspondientes. Era sorprendente la forma como, en general, todos aceptábamos nuestra suerte y, dentro de un estilo de colegaje, muy particular, nos dábamos soporte, uno al otro, con el propósito de pasar en las mejores condiciones un espacio de tiempo, que bien podía demorar unas 4 a 5 horas. Durante todo este tiempo, permanecíamos conectados a diferentes tubos o mangueras que hacían pasar la droga directamente al flujo sanguíneo. Mientras esto sucedía, el cuerpo se iba envenenando con el medicamento, lo que provocaba una ligera sensación de mareo y malestar general que, más tarde, comprendí, no era ni un pálido reflejo de los malestares y sensaciones que posteriormente sentiría.

Mientras los tubos cumplían su función, transfiriendo droga y suero a las venas, la mente se iba llenando de temores con respecto de las consecuencias de este tratamiento ya explicadas con destreza por la enfermera jefe. Los síntomas de malestar, lentamente, iban apareciendo y, el cuerpo, como producto de un proceso de hidratación al que simultáneamente va siendo sometido, empieza a exigirse, afectando los riñones que, con su afán de desintoxicar la sangre, activan y aceleran su proceso de eliminación, dentro de un afán extremo de extraer rápidamente todos los venenos.

El tratamiento, si bien creo que está respaldado por bases muy científicas, no deja de ser un juego de azar, en el que lo diferentes medicamentos deben destruir todo lo bueno y lo malo que encuentran en el organismo para, de carambola, llevarse la enfermedad también. Esto hace que los afectados por la enfermedad nos veamos, en un proceso de tiempo muy corto, completamente deteriorados como producto de las drogas aplicadas. Con frecuencia, se ven alteraciones en la piel, caída de los cabellos, debilidad general, pérdida de las defensas del organismo con sus correspondientes implicaciones ante el riesgo de posibles infecciones, deterioro del funcionamiento del corazón, de los riñones, el hígado, el páncreas, las vías digestivas, etc., etc.

A ello, no podía estar ajeno y, en la primera sesión, los síntomas iniciales ya empezaban a manifestarse. Empezaba a estar mareado, sentía la lengua reseca y las idas al baño, para orinar, se hacían frecuentes.

Durante la sesión, tomábamos algunos alimentos ligeros, como avena y galletas.

El régimen alimenticio era muy exigente, en la medida en que no se debían tomar alimentos con grasa, que generan una reacción fuerte con la droga, produciendo vómitos y mareos excesivos. Tampoco se debía abusar de las comidas con salsas o condimentos, entre otras cosas, porque el organismo los rechaza, debido a que el olfato se agudiza y produce reacción ante cualquier olor fuerte que se perciba, con manifestaciones de ansia y náusea muy aguda.

Por otra parte, las condiciones de higiene exigen un cuidado sumo, pues las defensas bajan, en algunos momentos, a niveles extremos. Un pequeño descuido, en este aspecto, puede producir una complicación generalizada y difícil de tratar.

Hay que ser conscientes de todas estas cosas y actuar en consecuencia, siendo muy disciplinados, aún a pesar de las personas que irresponsablemente actúan ante nosotros sin importarles las debilidades que manifestamos ni el cuidado al que debemos estar sometidos.

Personas que fuman en nuestra presencia o próximos a nosotros, deben ser rechazadas de inmediato, así como las que de manera cursi se arreglan para visitarnos y se untan todo tipo de colonias y perfumes. La excelente impresión que quieren dejarnos, se transforma en repudio que el organismo manifiesta con mareos y vómitos extremos, como producto de la forma tan extraña como se agudiza el sentido del olfato. La impresión que tales personas quieren dejar, definitivamente la logran, en la medida del daño que hacen. Hay que estar alerta para rechazar sin demora su presencia.

Pero, también, el tratamiento debe cuidar del alma. En lo espiritual, son muchos los ataques que recibimos e igualmente muchos los seres extraños que nos rodean para hacernos flaquear y desviar el camino que nos hemos trazado en razón de lo sobrenatural y nuestro paso a la vida eterna.

Los demonios, representados en diferentes formas humanas o ideales, invaden nuestra mente y hacen sonar bien las propuestas para disfrutar lo poco que queda de vida, haciendo lo que nunca antes se había hecho o repitiendo las estupideces que, en algún momento, nos desviaron del camino del bien para disfrutar del mundo, el demonio y la carne. Es, tal vez, uno de los aspectos más difíciles de enfrentar, en la medida en que la existencia humana y sus privilegios se terminan y nos encontramos ante la eminencia de la muerte corporal.

Solamente, entender que somos transeúntes que recorremos una agreste ruta por este mundo para llegar a un estadio sobrenatural que, correctamente transitado, nos conduce a Dios, nos da la fortaleza para culminar con éxito esta hermosa aventura que llamamos vida.

¡Difícil propuesta! Factible de alcanzar, en la medida en que la Fe y la Confianza en Dios, nos hace fuertes para rechazar las tentaciones y vencer los obstáculos, para alcanzar la gloria de llegar a la casa del Señor.

¡Qué difícil prueba tenemos que enfrentar! Morir sin mayores dolores ni deteriores corporales, disfrutando ordenadamente lo que nos queda de existencia, con la confianza en Dios, como único camino para llegar a disfrutar de la vida espiritual que se nos promete más allá de la muerte corporal.

“Así como nacemos para morir. Morimos para vivir eternamente. Tremenda paradoja que no se resuelve sino en la medida en que se puede vivir la gloria de resucitar a la Eternidad.»

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