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Capítulo XIII

EN BUSCA DE PAZ

Los días pasaban en medio de las constantes depresiones que la crisis física y económica producía en mi cuerpo y mente. Definitivamente, la confianza en Dios hacía crisis en la medida en que los resultados no se daban en términos de lo esperado. Paralelamente, la sensibilidad del alma se hacía más evidente pues, las noticias sobre el país, tampoco nos favorecían.

La clase dirigente, en general, se encontraba atrapada en sus propias contradicciones.

Después de haber destruido la economía de múltiples familias, el sector financiero, con sus persistentes especulaciones, ya no encontraba estabilidad financiando al sector productivo que, con su voracidad, habían contribuido a quebrar, por lo que prefería especular con dólares en el mercado nacional e internacional. Todo esto, con la simpatía de un nuevo gobierno que no fue capaz de responder a sus expectativas, pues pudieron más sus propios intereses y la defensa de los de sus colaboradores que los requerimientos de un pueblo, cada vez mas empobrecido, al que prometió defender.

Todo esto sucedía, mientras el conflicto armado se agudizaba como producto de la acción demencial de los grupos paramilitares que, como movimiento armado, reaccionaba contra las guerrillas, aplicando sus mismos métodos degradantes de conflicto en un infierno sin fin que inició la migración más grande de colombianos de que se tenga noticia desde la creación de la república.

Mis pensamientos giraban en torno a las angustias internas y externas de un cáncer que superaba los límites de mi individualidad y se esparcía por todos los rincones de la sociedad colombiana.

Veía cómo, además de mis negocios, se deterioraban los de mis amigos, los de aquellos que, en algún momento, en mi vida profesional, me dieron su confianza y abrigo.

Sentí en el alma las dificultades financieras de quien siempre he respetado; un empresario con garra, cuyas falencias humanas, en muchos casos, algunos no perdonaban, más por las envidias de quienes lo rodeaban en el ambiente empresarial y de negocios en el que se desempeñaba, que por el conocimiento real de su gestión en tiempos de éxito que, en múltiples campos, influyó, de manera importante, en el desarrollo del Valle del Cauca y del país en general. Estando cerca de él, pude apreciar su visión de futuro, su espíritu empresarial, su confianza en Colombia, que lo llevaba a montar empresas a pesar de los signos que indicaban el deterioro irreversible de la situación nacional. Álvaro José Lloreda Ciacedo, será siempre merecedor de mis mejores recuerdos y todo mi respeto, a pesar de las circunstancias que nos han distanciado.

No pude menos que ver con incredulidad la forma como el sueño de Alfredo Carvajal Sinisterra con INTERBANCO, un modelo de modernidad y concepto revolucionario de atención a los clientes en el sistema financiero colombiano, se venía abajo, con todas las esperanzas y los deseos de cambio de quien es, en Colombia, la representación más fiel de empuje empresarial. Todo un veterano empresario, descendiente de una familia de triunfadores que nos enseñaron a hacer empresas, sin comprarlas ni venderlas, a diferencia de otros a quienes rinden tributo en Colombia, sin merecerlo, en la medida en que se han enriquecido simplemente especulando.

El grupo Corona, ejemplo de desarrollo y empuje nacional; luchador de mil batallas, triunfador en la competencia contra las multinacionales, sabiendo defender dignamente su territorio cuando corrían otros tiempos; formador de una cultura empresarial auténtica y autóctona, que bien sirvió de modelo a muchos de los que nos preocupamos por estos temas en la academia, también se veía afectado por una apertura indiscriminada, agravada por los fenómenos de la especulación financiera de los bancos que exterminaron los clientes de la construcción y a los constructores. Llegando al extremo de expropiar las viviendas y negocios de miles y miles de colombianos de bien que, sin protección y asediados por las deudas que crecían a costa de intereses de usura, se vieron, de la noche a la mañana, en la calle, sin oportunidades y sin futuro, buscando la manera de huir de semejante situación, lo que generó un fenómeno de desplazamiento masivo internacional, tan grave como el del campo hacia las ciudades que ocurría dentro de los límites de nuestra nacionalidad.

Así fue como, mientras los pocos dueños del sector financiero embargaban las pertenencias de miles de familias y de pequeños y medianos empresarios, guerrilleros y paramilitares, se apropiaban, cada vez más, de las tierras de los campesinos, en una contra reforma agraria, destinada al cultivo de la coca, fuente de recursos que conforma un cartel de droga mucho más fuerte que el que creció en Colombia hasta mediados de los años noventa.

Las injusticias que como espectador miraba en el concierto nacional, pronto empezaban a tocar a la puerta de mi casa.

En una forma que aún no comprendo, el gerente de la compañía comercializadora de mi propiedad, abandonaba el cargo, sin entregarlo, como producto de su desastrosa gestión plena de abusos de confianza.

Había apostado a él todo mi patrimonio, mis amigos y la que, en ese tiempo, era una buena relación con los bancos.

Como producto de ello, en medio de la situación que afrontaba, me di cuenta de mi tremenda estupidez, en la medida en que, en medio de mi enfermedad, había estado firmando avales bancarios por créditos que, supuestamente, se sacaban para pagar otros créditos, pero que, en realidad, iban con destino a comprar mercancía que, con ánimo de aumentar las ventas, se vendían a clientes sin garantías de pago y, en muchos casos, facturadas a la mitad de sus costos de adquisición. Semejante imbecilidad nunca la creí posible de una persona como el desafortunado gerente cuyo nombre no quisiera recordar.

Pero así sucedió.

Que Dios lo perdone y lo proteja de volver a repetir semejantes acciones. Por su bien y el de quienes se aproximen a él después de semejante desastre.

Así pues, todo mostraba ser oscuro y sin salida.

El embargo de mis escasos bienes, por parte de algunos bancos, comenzó a desestabilizarme emocionalmente, al punto de cometer la terrible osadía de ofender a Dios después de haberme entregado a El incondicionalmente.

El día que recibí la notificación del embargo, Le reclamé con ira y desesperación:

¿Si me has dado la vida, por qué me quitas los medios económicos para poderla sobrellevar?

¿Para qué sirve la vida sin recursos para poder vivir?

Mi esposa, María Clemencia, aterrada con mis blasfemias, llamó al padre Iván, mi confesor, y le pidió que me auxiliara.

Cuando este llegó, mis ruegos fueron:

¡Padre, dígale a Dios que pare!

¡Que, por favor, no me haga más daño!

¡Que basta ya!

El padre Iván me escuchó en silencio. Me dijo algunas cosas sin reprenderme, me llenó de cariño y me hizo recordar la historia bíblica de Job. Esto me hizo reflexionar.

La calma volvió e inicié nuevamente la búsqueda de la paz.

Miré hacia mi interior y encontré: rencor, desconfianza, insatisfacción conmigo mismo y con mi proceder, deseos de hacer el bien, pero sin saber cómo ni a quién.

Debía perdonar y había que volver a empezar.

Todo en la vida parece ser un eterno terminar y comenzar. Solo la muerte permite comenzar para nunca terminar.

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