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Nuestra patria se ha inundado de personajes que solamente nos producen vergüenza.

Vergüenza de tener un presidente del que nos dejamos engañar con sus promesas que argumentó muy bien, pero del que no nos dimos cuenta de que era un inepto para ejecutarlas.

Vergüenza por llevar al podio de los presidentes a un líder de un grupo guerrillero cuyo móvil político culminó con el asesinato de magistrados de la Nación que se vieron asediados por los bandidos de su movimiento.

Vergüenza por los gobernantes de turno que, en repetidas ocasiones, perdonaron a tantos bandidos asesinos, mal llamados guerrilleros y paracos. Nuestra incapacidad para juzgarlos y llevarlos a prisión ha permitido que se lucren de los cargos del Estado y que, en muchos casos, continúen con sus actividades delictivas.

Vergüenza por no ser capaces de juzgar y llevar a la cárcel al sinnúmero de asesinos que masacran civiles inermes, hombres, mujeres y niños, sin otra razón que la de generar el miedo que los terroristas se proponen para conseguir sus fines macabros.

Vergüenza por la incapacidad que evidencia un Estado asaltado por bandidos que solo se proponen robar sus arcas ante su incapacidad de trabajar honestamente y con sentido patrio.

Vergüenza por el comportamiento de muchos colombianos en el exterior, cuyos actos salvajes y antisociales, evidencian que las políticas de educación pública y privada, en muchas ocasiones, han fallado, al no promover valores cívicos y espirituales que animen a las personas a ser más solidarias y respetuosas; más aún, si están en calidad de colombianos visitantes de un país cuya cultura son incapaces de reconocer como diferente. «Así paga el diablo a quien bien le sirve.»

Vergüenza por tener un Gobierno que, últimamente, promueve comportamientos antinatura creyendo con ello fomentar la libertad, porque no sabe diferenciar a esta del libertinaje que soterradamente y, ahora, descaradamente promueve.

Vergüenza la que nos causan muchos locutores y presentadores deportivos que enganchan las grandes cadenas de televisión, sin considerar que ellos y todos los periodistas, por el arte de su oficio, son generadores de opinión que no están formados en valores y dicen y escriben barbaridades que contaminan e intoxican a su público. Fue aterrador verlos y escucharlos decir que los problemas de violencia en la final de la Copa América fueron responsabilidad de los EEUU, por no tener sistemas de prevención suficientes para detener las hordas violentas de desadaptados, en su mayoría colombianos, que con su comportamiento antisocial abusaron de la buena fe de las autoridades de la organización del estadio, disque porque han debido prever que el fútbol latinoamericano produce, entre los colombianos, semejantes comportamientos vandálicos.

Vergüenza por tener,  entre tales desadaptados, un líder directivo del fútbol colombiano y su hijo, en el estadio, exigiendo sus derechos con acciones violentas, al mejor estilo de los facinerosos que todos los días vemos por las ciudades de Colombia, imponiendo sus intereses, por encima de los demás y de las autoridades de turno: «¿acaso usted no sabe quien soy yo?»

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