Recordemos que en los mercados financieros, haciendo alusión a la celebérrima ley del ascensorista, si compramos un activo nos enfrentamos a tres opciones irrefutablemente: a que suba, a que baje o a que se mantenga igual. Esto también ya lo había mencionado la otra vez: si uno compra y los precios suben uno se siente en Mónaco, se siente como Hugh Heffner en sus años mozos (que aparentemente fueron todos). Si los precios siguen iguales pues nada qué hacer, queda uno en un limbo y en un sopor en el que no ocurre nada, una indiferencia evidente. Y si los precios bajan, podríamos hacer la analogía de que estamos bajo el agua.
Pero si ya los precios bajan mucho estando largos, o si suben mucho estando cortos, ya no es que estemos bajo el agua sino que estamos en Zelandia. Ayer me lo mencionaron, no lo conocía, es el octavo continente, un continente que se encuentra enterrado por allá lejos en el océano Pacífico. Leí también que existió hace 26 millones de años y en otro lado leí que existió hace 60 millones de años. Cualquier cifra es igual de irrelevante, igual de inconmensurable: existió hace mucho. La historia, y en este caso la biología, son un acto de fe. Está por allá en el fondo del mar, enterrado y en el olvido.
Tal vez allá en Zelandia está Hugh. O los julios del 2024. O los ascensoristas.
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