Las emociones están de moda, pero tal vez no existen
Debo confesar que no me gusta la película Intensamente. Pero no sólo porque la considero lenta e inconsistente -no sé si han notado, por ejemplo que, Alegría sufre de tristeza en varios momentos- sino porque considero sumamente peligrosa la lógica que le subyace.
Lógica que poco ha cambiado en los últimos 400 años y que, si somos más quisquillosos, bien puede tener más de 2.000.
Para Descartes las emociones eran un producto de la interacción del alma con el cuerpo. El solipsismo, ahora en versión Pixar, en su máxima expresión. La vida mental condenada a conocerse solo a sí misma y a no poder tener certezas de nada fuera de sí. Muñequitos animados que viven en nuestras cabezas interactuando con el mundo solo a través de una consola de mando que muchos hoy atribuyen, equivocadamente a mi juicio, al cerebro.
Qué diferente sería esta convivencia nuestra tan estropeada, si cambiáramos esta lógica y dejáramos de echarle la culpa a las cabezas de las personas por aquello que sienten. Pero, sobre todo, qué diferente sería si asumiéramos lo que parece indicar la psicología contemporánea y es que las emociones no existen en la realidad, sino en los ojos de Descartes o de las teorías maltrechas que usan los asesores de los creadores cinematográficos.
Y es que la clave está en entender que la forma en la que hablamos no es la prueba de la existencia de las entidades que nombramos. Suponer que las emociones existen en realidad porque hablamos todo el tiempo de ellas, es análogo a suponer que en realidad tengo ideas en la punta de la lengua o que nos podemos sentar en el concepto de silla.
De manera tal que nos encontramos ante un genuino reto de innovación: vernos y ver a los demás con ojos completamente distintos.
Un reto que implicaría cambios como dejar de asumir que cuando hablamos de emociones no nos referimos a cosas que nos controlan internamente, sino que hablamos más bien de episodios completos y diversos con poco en común, así como cuando digo que me sorprendió un regalo o un ladrón.
O empezar a pensar que las famosas competencias socioemocionales no son tales, sino, más bien, competencias o habilidades que se desarrollan en ámbitos sociales, nada más acompañadas de lenguaje emocional que es circunstancial y poco preciso.
O que aquello que tenemos que aprender a regular es nuestro entorno y no nuestra furia o nuestra vergüenza, y que eso no se logra respirando profundo y contando hasta 10.
Qué diferente sería todo si nos atreviéramos a pensar que las emociones existen solo en el mismo sentido que los unicornios. Tal vez así ya por fin pueda descansar al buen Descartes.
Escrito por: René Bautista, director de la Especialización en Psicología Educativa de la Universidad Ean
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