Por Beatriz Estefanía Jiménez Aguirre – Investigadora RADDAR CKG.
Verde, siga por favor no hay riesgo… Amarillo, esto es una advertencia, tenga cuidado… Rojo, ni piense en pasarse ese semáforo, puede causar un accidente y terminar en el hospital. Ahora, la idea es llevar este pensamiento de las calles a la mesa, ¿a la mesa, pero cómo? Sí, efectivamente ahora los semáforos ya no son solamente para las calles, hace mas o menos cinco años, el vecino país de Ecuador, inspirado en el éxito de Reino Unido implementó el sistema de semáforo en productos alimenticios, convirtiéndose así en el primer país de América Latina en implementar este mecanismo para luchar contra la obesidad y promover una alimentación saludable. Este sistema se basa en la disposición de etiquetas que de manera gráfica y por medio de colores comunican a los consumidores cuán sanos son los productos, el rojo alerta la existencia de exceso de sal, azúcar o grasas, el amarillo es una advertencia y el verde indica que no existe riesgo alguno.
Probablemente en la secundaria muchos vieron química y tuvieron que estudiar la tabla periódica, tal vez usted esté familiarizado con el término sodio; sin embargo, este no es el caso de la mayoría de la población. Las tablas nutricionales deberían servirnos para tomar decisiones mejor informadas sobre los componentes de los productos que consumimos y para facilitar la comparación entre estos. Entonces, ¿por qué no hablarles a las personas de la manera más clara posible? ¿Por qué no colocar en las etiquetas sal en lugar de sodio? A fin de cuentas, todos sabemos lo que es la sal. Bajo este precedente, el sistema de etiquetado tipo semáforo busca suministrar al consumidor de manera sencilla la información necesaria sobre los alimentos para que así éste pueda elegir mejor.
Según la Encuesta Consumer Insight 2014 realizada en Quito y Guayaquil por Kantar Worldpanel los ecuatorianos notan más los semáforos de gaseosas, yogures, mantequilla, mayonesa y pan de molde, de los cuáles las gaseosas han mostrado un mayor cambio en el hábito de compra de los consumidores, de hecho han reducido su consumo. Claramente, no todos se han visto influenciados, el 31% de los encuestados dijo detenerse antes de comprar por cuestiones de salud, el 43% es en cambio indiferente y el 26% indicó que sí observa la etiqueta, pero termina realizando la compra inicialmente prevista, independientemente de lo que pueda informar el semáforo. Aquí quedan dos cosas claras, la primera, hace falta la actualización de mediciones para entender verdaderamente el desempeño de esta política al día de hoy, la segunda, las etiquetas facilitan la comprensión de las personas pero no son 100% efectivas. En este sentido, pueden requerir medidas complementarias para lograr su objetivo.
Las personas pueden leer las etiquetas y pensar que lo ideal es el consumo del mayor número de alimentos con señalizaciones verdes posibles, pero tal vez no las entienden realmente. Lo cierto es que el ser humano necesita alimentarse de todos los grupos en la pirámide nutricional, salvo ciertos casos especiales por condiciones específicas de salud. Esto significa que no siempre un alimento con etiqueta roja es malo, lo importante es saber equilibrarlos para tener una dieta sana y balanceada. Por ejemplo, la empresa productora de chocolates Pacari se ha visto afectada por la etiqueta roja en el componente de grasa; si bien no han percibido cambios frente a los ecuatorianos, sí los han evidenciado frente al consumidor extranjero, quien pasó de comprar 10 barras a 2 o ninguna, una reducción del 80%. El problema es que las etiquetas se quedan cortas identificando el componente de grasa como alto, pero no le indican al consumidor que en particular el colesterol de este chocolate es positivo. Hace falta ir más allá, complementar esta iniciativa con campañas de educación alimentaria que le permita a las personas tomar sus decisiones combinando los productos de manera correcta. Recuerde, el alimentarse sano no quiere decir que en todos los casos se deba excluir la etiqueta roja.
Esta iniciativa es positiva en cuanto ha permitido hablarle al consumidor en su idioma, simplificarle el proceso de elección y facilitarle la comparación entre distintas marcas, lo que a su vez las motiva a ofrecer una opción más saludable, o por lo menos con menores niveles de los componentes especificados. No obstante, para generar un verdadero cambio se debe complementar esta medida, por ejemplo idear campañas educativas desde los colegios para enseñarle a las personas cómo se pueden combinar los componentes para obtener un resultado positivo en la salud. Adicionalmente, se podría analizar la implementación de un programa de incentivos para las empresas productoras con el objetivo de llevarlas a mejorar la composición de sus alimentos y bebidas.
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