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Por Henry Miguel Rodríguez Ortega, miembro del equipo de investigación de RADDAR CKG.

Cuando escuchamos hablar de competencia, muy probablemente a muchos se nos viene a la cabeza la palabra rivalidad, enfrentamiento y lucha por lograr el objetivo en cualquier aspecto. Pero ¿a qué se refiere la competencia en los mercados? ¿Será que esto es bueno o malo?, ¿será que para lograr los objetivos siempre hay que competir?, tal vez muchos argumentarán que no lo es, mientras que otros dirán que así funciona, o a lo mejor alguien dirá que depende, pero ¿de qué?; indudablemente yo me sumaría dentro de las personas que dicen que no es malo, siempre y cuando los competidores tengan en cuenta sus límites, que se exceden cuando sus acciones repercuten de manera negativa sobre sus competidores.

Los mercados están compuestos por diversos consumidores y productores, quienes por un precio están dispuestos a adquirir y ofrecer un bien o servicio respectivamente. De allí que se hable de las fuerzas de la demanda y la oferta, pues si el consumidor ve un precio muy alto, este no estará dispuesto a comprar el producto y de igual forma pasa con el oferente, si no aceptan su precio, este no va a aceptar un pago menor por su bien. Es por esto, que para que pueda fluir el comercio correctamente se debe llegar al precio de equilibrio o lo que es lo mismo, el precio de mutuo acuerdo.  Este principio de oferta y demanda se viola cuando el mercado es imperfecto, cuando existe un monopolio u oligopolio, pues estos tienen poder de mercado, vale decir, eligen su precio por encima del de equilibrio, ya que saben que no tienen competidores que le quiten su demanda. Es por esta razón que me inclino a decir que la competencia no es mala, pues en la mayoría de las veces, que un sector este en competencia causa bienestar a los consumidores, debido a que hay mejor asignación de los recursos y los precios se rigen conforme a la demanda y oferta. Pero el problema a las que se enfrentan los oferentes es totalmente diferente al de los consumidores cuando están en competencia, pues pasa todo lo contrario, a ellos no les conviene tener competidores que le quiten su demanda.

Es aquí donde entra la palabra competitividad y que no hay que confundir con competencia, pues la competitividad es la capacidad de conseguir cualquier ventaja sobre su competidor o lo que en resumidas podría expresarse como la capacidad de mantenerse en la competencia. Para que a un oferente no le quiten su demanda y poder posicionarse en el mercado, debe lograr diferenciarse de su otro competidor, vale decir, crear el valor agregado a su producto o servicio, tal como una buena atención al cliente, una buena calidad, una mejor cobertura, una mejor campaña publicitaria y de promoción o en su defecto, como estamos en la era de la tecnología, crear espacios virtuales, como una página web, aplicaciones de celular y entre otras facilidades que logren captar la atención del consumidor para que su preferencia se incline a demandar siempre sus productos, dado que cuando el mercado está en competencia el consumidor ya no va a centrar su atención en el precio, sino en las características diferenciadoras que más lo beneficien.

A modo de conclusión entonces, tanto la competencia y la competitividad benefician al consumidor. El primero permite una mejor asignación de recursos y por ende un precio de mutuo acuerdo entre el consumidor y el productor. Y el segundo logra que el consumidor se sienta más “consentido e importante” pues el productor se ajusta a sus necesidades y pretensiones.

 

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