Juan Diego Becerra
RADDAR CKG
Si fuera por las voces que tanto suenan por ahí, seguro que nuestro país estaría a oscuras, estaríamos en medio de una guerra civil y no tendríamos dónde comprar ni siquiera el pan para el desayuno. Nos encontramos en medio de un montón de voces que día a día nos repiten qué tan mal estamos, como si fuese un mejor negocio para algunos que el país de verdad cayera en desgracia, quizá para poder demostrar que sus ideologías son las verdaderas, quizá para hundir a los que piensan diferente. Estamos hoy, como hace tiempo no lo veíamos, en medio de una discusión ideológica en la que los argumentos son los menos importantes. Y los temas son muchos, tantos que hasta incluyen un barco hundido, una selección de fútbol o una corona de reinado que apenas duró un par de minutos. Terminamos mezclándolos todos para llenarnos de razones que parecen lejanas pero que terminan siendo un poster pegado con babas para tratar de demostrar que tenemos razón en algo. Que las tiendas de nuestros vecinos están llenas aunque miles de venezolanos sufren todos los días buscando papel higiénico; que las investigaciones de la fiscalía son persecución política casualmente cuando se dirigen a los partidarios; que la CIDH es buena siempre y cuando termine defendiéndome a mí como oposición, aunque la menospreciara cuando estaba en el poder. Es como si necesitáramos infundir miedo para poder mantenernos vigentes, como si usar el terrorismo fuese de verdad un vehículo idóneo con el que buscamos simpatías. Tanto que nos damos golpes de pecho con lo que pasó esta semana en Bruselas y hacemos lo mismo desde los micrófonos. Desde el supuesto dominio del Castro-chavismo hasta el apocalíptico capitalismo que habrá de consumirnos a todos uno por uno. Una selección que se abre en todo el espectro político para obligar a los colombianos, a los de a pie, a los que tomamos tinto en las panaderías, a tomar posición, no a favor, más bien en contra de lo diferente, a obligarnos a unir puntos que no existen para suponer entender lo que viene sucediendo. Y la verdad es que a los colombianos del común nos toca comernos cuanta retahíla replican los medios y suponer que allí está la verdad absoluta. Y creemos de verdad que el país se va a quebrar con unos costos de un posconflicto que aún no conocemos aunque sea un poco de lo que dejamos de invertir en el campo los últimos 50 años, y que las agroindustrias nos van a quitar la comida para nuestros hijos como si los cultivos de pancoger funcionaran para algo más que para el día a día de muchos campesinos, y que estamos en riesgo de apagón por haber vendido una empresa hace un par de meses. Un montón de mentiras que de izquierda o derecha no hacen más que infundir miedo, miedo del básico, de esos que hacen que arda la sangre. Pero a pesar de todo la vida sigue y los colombianos seguimos viviendo, trabajando para ganarnos un sueldo que cada uno decide cómo se gasta. Mucho para unos, quizá muy poco para demasiados, pero vivimos, y somos felices, paradójicamente más felices en la mitad de los caseríos en el Chocó que en las grandes ciudades. Una cuestión de expectativas que a veces parecemos olvidar, porque se nos olvida lo mucho que podemos ser felices jugando con una pelota en la calle con nuestros vecinos, porque olvidamos lo mucho que odiamos los trancones y la vida acelerada que transcurre en las grandes ciudades. Quizá esta sea una buena semana para descansar, para pensar de veras en lo que esperamos como país. Para darnos cuenta que no todos debemos ser filósofos, o politólogos, o ambientalistas. Que no haber leído a Marx no me hace ignorante, o que creer en la pulcritud de Uribe, tampoco. Simplemente pensarnos como un país que puede ser mejor, quizá un poco más si en lugar de ver el vaso medio lleno o medio vacío lo que vemos es medio vaso para llenar. Muchas situaciones realmente más complejas que las que vivimos hoy han pasado y van a pasar, así que en lugar de rasgarnos las vestiduras quizá a partir del próximo lunes podamos hacer algo para evitar seguir viviendo en medio del miedo. De ese que venimos replicando nosotros mismos.
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