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Por Beatriz Estefanía Jiménez Aguirre – Investigadora RADDAR CKG.

Este domingo se llevaron a cabo las elecciones regionales en la vecina “República del Ecuador”. Muchos quedamos descontentos, otros sorprendidos, otros muestran escepticismo, y otros tantos incluso una combinación de las 3 mencionadas. En Manabí y en Pichincha ganó el movimiento liderado por el expresidente Rafael Correa. Eso era de esperarse por la fragmentación en los votos, tal y como apunta el vicepresidente Otto Sonnenholzner, pues habían tantos candidatos que hay alcaldes que ganaron con apenas el 18%.

Así como se evidenció la fragmentación, se vio también un reflejo de lo que nos dejó la colonia, los gobiernos pasados, y por qué no, la situación en la que vivimos durante años. Un país relativamente tranquilo, de tierras fértiles, donde realmente no se han dado guerras sangrientas ni pandemias. Esto de cierta forma ha llevado a una sociedad cómoda, a la que no le importa realmente lo que pasa y toma muchas de sus decisiones de manera desinformada. Claro está que estoy generalizando, algo políticamente incorrecto, pero que sirve para darnos una idea de lo que ocurre. Así, que las cosas se dejen para última hora, que cueste el emprender, que se llegue tarde, que se irrespeten las leyes de tránsito, que se vote por el “más guapo”, el de “mejor sonrisa”, el que más “grita o insulta”, o sencillamente el que “más le regala al pueblo”, no es algo que nos sorprende…

Adicional a esto, Ecuador no es la excepción al hablar del fenómeno electoral que se evidencia en Latinoamérica conocido como “el voto de ira”. Como su nombre lo indica, un voto de ira implica a personas votando en contra de una idea o ideología en lugar de a favor de la seleccionada, algo así como un voto por descarte en ciertos casos y en otros, por resentimiento. Este efecto se puede acentuar mucho más en un país como el Ecuador, donde el voto es obligatorio, por lo que muchos desinformados terminan votando por lo que deciden sus semejantes, y más específicamente por lo que no votan los del otro lado en medio de un país polarizado.

Recuerdo unos años atrás, en el 2011, cuando estaba en el colegio en Ecuador, que hablé con un chofer sobre la consulta popular de Correa en dicho año y le pregunté por qué opción votaría. Sé que han pasado ya 8 años, pero su respuesta me impactó tanto que decidí tomarla como ejemplo. Él, muy seguro de su respuesta me dijo: “Claro que por el sí”. Entonces, yo le pregunté por qué su decisión, a lo que me contestó: “porque los pelucones votan no”. Aquí un pequeño paréntesis antes de cerrar la idea: dícese pelucón de un ecuatoriano de clase alta o de la élite, cuando se refieren al mismo de manera despectiva. Creo que esta anécdota habla por sí sola.

Al final de cuentas, el voto de ira muestra el rechazo a los partidos políticos, a las élites políticas y a la mayoría de instituciones. Todo esto, como una respuesta a la corrupción y la violencia que genera desconfianza en el pueblo. Así mismo, las masas reclaman la mejora en los servicios públicos y de programas sociales, reflejados en candidatos que se presentan como intrusos en la “élite”, a pesar de que raramente cumplen con dicha característica. La cuestión es que logran que el pueblo se identifique con sus ideas, muchas veces populistas y le termine por regalar su voto.

En estas elecciones para la alcaldía, sorprendió un candidato en particular, el ahora alcalde de Guamote. Como muchos ya lo deben haber escuchado, Delfin Quishpe, cantante de tecno-folklore andino es el nuevo líder municipal de este pequeño pueblo al sur, en la provincia de Chimborazo. Este nuevo político se postuló con el Movimiento Unidad Plurinacional Pachacutik, de tendencia indigenista. En su discurso, se puede fácilmente leer entre líneas por qué su tierra lo eligió para dicho cargo público: “Todos somos iguales y capaces, aquí nadie es más ni menos y eso es lo que vamos a difundir durante estos cuatro años de administración”. Probablemente los que lo eligieron no se detuvieron a pensar en su falta de experiencia en temas de administración, y mucho menos en el sector público. Ellos vieron a un semejante, a uno más del pueblo que se muestra como tal y de cierta forma los empodera.

Como lo dejamos expuesto inicialmente, el voto de ira, puede nacer en el resentimiento de los ciudadanos. Pero no es cualquier resentimiento, aquí lo hemos bautizado como el “resentimiento milenario”, porque viene desde la época colonial, donde las élites criollas estaban pendientes del desarrollo a nivel social, económico y político en Europa, mientras que se beneficiaban de la mano de obra esclava, indígena y mestiza para el trabajo en sus latifundios. Desde dicha época, ya se discriminaba, sobre todo a aquellos que tenían más rasgos propios de los indígenas. Incluso la Legislación de Indias era específica en decir que no podían gozar de los mismos privilegios que los conquistadores y pobladores españoles. A esto se le pueden sumar los prejuicios religiosos que se tenían frente al tema de los “hijos naturales”. Toda la situación en conjunto, llevó a que estos sectores de la población internalizaran un complejo de inferioridad y alimentaran así su resentimiento hacia la clase alta. Algo que hasta hoy se lo percibe en la división de clases sociales en el Ecuador.

Por su parte, Rafael Correa tan solo resaltó y perpetuó ese resentimiento durante sus 10 años de gobierno; tal fue la polarización generada que logró instalar a su sucesor a la cabeza del país, a pesar de una débil campaña.  Que Lenín Moreno decidiera tomar su propia línea de acción, muy lejos de lo que Correa hubiese querido, es tema aparte; la cuestión es que fue este hecho el que lo llevó al poder. En esta línea, las protestas suscitadas frente a los resultados electorales del 2017 lideradas por Andrés Páez, apoyado principalmente por las clases media y alta, sencillamente evidenciaron que el resentimiento social, no solo es milenario, sino que además es un tema bidireccional.

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