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El ambiente de crisis mundial exacerbado por el escepticismo frente al plan económico de Obama, el comportamiento errático de las bolsas y los escándalos por grandes estafas, tiene un efecto idéntico en la realidad nacional: dudas frente al aparente plan de choque del gobierno, la montaña que traza la evolución reciente del IGBC y las tristemente célebres pirámides.

La codicia de inversionistas y la irresponsabilidad de reguladores también están presentes tanto en los países que idearon y permitieron la crisis como en los países que padecemos las consecuencias, pero este efecto espejo de la dinámica global en lo local, no puede convertir la crisis en condena inevitable.

Por estos días aparecen algunos optimistas afirmando que es el momento de las oportunidades, y en esencia basan sus planteamientos en argumentos de orden sicológico y abogan por la aparición de cualidades y talentos hasta ahora esquivos. A riesgo de hacer parte de este grupo de optimistas bienintencionados pero olvidables, considero que es el mejor momento para darle cabida al protagonismo local en la toma de decisiones.

De acuerdo con Coraggio, analista de políticas sociales, no se trata de tener el poder para cambiar la realidad sino de construir nuevos poderes y capacidades que permitan definir de manera autónoma qué es el desarrollo, cómo se vincula con la vida de las personas y cómo se va a lograr. En este sentido, dada la incertidumbre frente a los resultados de decisiones del orden nacional o global, es preciso exhortar al liderazgo local para pensar las intervenciones que requiere cada territorio y actuar en consecuencia.

Gobernadores, alcaldes y líderes locales en general, están en mora de convocar una gran movilización para reflexionar acerca del impacto local de la crisis con el fin de tomar las medidas que nos permitan enfrentarla desde las fortalezas y limitaciones del territorio que habitamos.

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