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En primer lugar, es necesario recordar que toda campaña seria y ambiciosa se traza el objetivo de alcanzar la victoria en primera vuelta. Más aún, una campaña que cuenta con el favor explícito de un presidente elegido dos veces en primera instancia, debe interpretar la segunda vuelta como un resultado inesperado y no deseado pese al logro de duplicar a su contendor más cercano.

 

Por otra parte, sorprende que un partido nuevo con escasos cinco escaños obtenidos en las elecciones de marzo pasado para el Congreso, alcance la no despreciable suma de 3.120.000 votos; cifra que le permite superar a los partidos políticos tradicionales y más que duplicar a la otrora segunda fuerza electoral en el país. También es destacable que Mockus haya obtenido este guarismo con una estrategia política desconocida para los colombianos que por muchos años han estado acostumbrados a promesas vacías pero cautivadoras que reciben el apoyo de quien vota y se desentiende de la suerte del país hasta la siguiente cita electoral.

 

Gracias a la posibilidad que tuvo el elector de conocer las propuestas y trayectorias de los candidatos, no tiene por qué sorprender que quien demostrara solvencia en los debates con base en argumentos sintonizados con la realidad del país, alcanzara la tercera mayor votación en los resultados de la primera vuelta.

 

Por último, el tricolor nacional queda desteñido a juzgar por la posición de los partidos que lo representan: un amarillo que pasa del segundo puesto de hace cuatro años a un opaco cuarto lugar, un barco azul que naufraga debido a la desbandada de sus marineros hacia puerto seguro y un rojo que palidece a pesar de las buenas credenciales que ostentaba la dupla Pardo – Gaviria.

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