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 Medellín no solo merece sino que exige respeto. Políticos en campaña y mercaderes de la televisión se han empeñado en lograr sus propósitos electorales y crematísticos con base en el uso y abuso de la situación actual de la ciudad. Ahora los medellinenses no solo tenemos que lidiar con los traquetos y sus emuladores, sino que a ellos se suma el ejercicio oportunista de la politiquería y la búsqueda de lucro de la televisión basura. La pesca de beneficios en el río revuelto de la violencia homicida incluye una amplia gama de acciones que van desde propuestas guerreristas provenientes de la presidencia de la república hasta las narcotelenovelas que cuentan incluso con el concurso de un buen escritor.

 

La situación violenta de la ciudad precisa una respuesta constructiva por parte de los ciudadanos, pero esta respuesta no puede estar supeditada a la lógica individualista de aprovechar oportunidades para beneficio personal. Flaco favor le hace la supuesta buena intención de los personajes que anteponen la obtención de votos y billetes a la búsqueda de soluciones efectivas a la problemática social que tanta sangre nos cuesta.

 

Cabe anotar que no se trata de un problema que toca solo a Medellín pues, como lo muestran las cifras del Instituto Colombiano de Medicina Legal comentadas por Alejandro Gaviria, la violencia homicida afecta varias regiones del país. El daño que ocasiona la avalancha mediática de discursos efectistas y escenas indignantes tiene proporciones enormes. Por eso, no basta con votar por candidatos decentes y apagar el televisor; también es necesario superar el mito que le concede poder infinito al criminal que empuña un arma para regodearse de las ganancias provenientes de mercados ilícitos y  que encuentra sus mejores aliados en nuestra indiferencia, en la pasividad y en la cobardía. El país no debe olvidar que estos personajes y sus secuaces son una minoría que apenas merece lástima, nunca respeto.

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