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La planeación del desarrollo a la que estamos invitados los colombianos en esta primera fase del gobierno de los mandatarios locales, representa una oportunidad valiosa. Así como en el plano personal existen momentos para hacer altos en el camino, reflexionar y hacer ajustes en la vida corriente, ésta es la ocasión precisa para pensar la vida en comunidad y ayudar a construir bitácoras de gobierno que jalonen procesos y permitan tomar decisiones que actúen en menoscabo de la exclusión que prolifera en nuestros territorios.

Una apuesta seria de desarrollo, una ciudadanía comprometida y un equipo de gobierno con credibilidad y liderazgo son ingredientes básicos para elaborar un plan de desarrollo que supere la letra muerta, la demagogia y la sarta de promesas sin fundamento que suelen caracterizar el instrumento de marras.

La apuesta de desarrollo debe estar consignada en el programa de gobierno que permitió construir mayorías electorales, pero cuya traducción en plan exige los ajustes que surjan de las limitaciones o potencialidades del juego político propio del proceso de las políticas públicas (deliberación, factibilidad técnica y política, implementación y evaluación).

El rol participativo tiene que ver con la urgencia de abrir un auténtico espacio en el diálogo tradicional entre el poder político y las ideas técnicas, con el fin de darle voz a la vivencia ciudadana como fuente de atributos comunitarios que hagan viables las propuestas de cohesión social para enfrentar las deudas históricas asociadas a la desigualdad. En este sentido, la audacia de las políticas públicas tiene asidero en la fuerza ciudadana de la confianza, la cooperación, la reciprocidad, la solidaridad, la acción colectiva y otros valores comunitarios que existen a pesar de las adversidades o quizá, debido a ellas.  

Asimismo, en tiempos de corrupción rampante y políticas de transparencia reducidas al terreno mediático, el gobernante honesto tiene la posibilidad de mostrar intenciones y comprometer recursos para acometer acciones decididas a transformar la vida que soportan las personas más vulnerables. En este contexto, la honestidad de un gobernante es la pieza clave para ganar el favor popular, la confianza de aliados estratégicos y un mayor alcance para sus propuestas de gobierno. 

En consecuencia, el programa de gobierno traducido en plan de desarrollo debe contar con el análisis de políticas con énfasis en los asuntos comunitarios que permita dar cuenta de ideas, recursos e intereses presentes en el proceso que convierte las nuevas ideas para resolver problemas públicos en soluciones factibles de llevar a la práctica con criterios de evaluación claramente establecidos para medir resultados e impacto del conjunto de decisiones que conforman las políticas públicas. En breve, un norte, la comunidad y la transparencia son asuntos centrales para la planeación audaz que requiere nuestras complejas realidades locales.

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