El profesor Thaler premio Nobel #1
hadler@stanfordalumni.org
Con respecto al premio Nobel de Economía que acaba de ser otorgado al profesor Richard Thaler, vale la pena recordar algunos escritos relacionados con él que he publicado en Portafolio a través de los años.
El primero fue publicado en diciembre 22 de 2009, bajo el título “Los fondos generacionales en América Latina.” A continuación, parte de su contenido.
Llevamos treinta años de atraso, pero tenemos un doble consuelo. Primero, empezaron a soplar algunos buenos vientos en el tema de la educación financiera. Segundo, con un sentido de propósito y un poco de esfuerzo, podemos recuperar todo el tiempo perdido
Tres hechos se destacan en relación con el punto primero. La llegada de los fondos generacionales parece inminente. Increíble que nos hayamos resignado tanto tiempo a que se esté manejando de igual forma el portafolio de quien está próximo a alcanzar su retiro, que el de quien apenas comienza. Es elemental que este último puede asumir, con inteligencia, mayores riesgos en la búsqueda de mejores retornos.
En aquellos países que comenzaron a tiempo, un alto porcentaje de sus habitantes está en condiciones de manejar su portafolio personalmente, reduciendo de paso los altísimos costos inherentes a la intermediación financiera. Está además en capacidad de evitar los conflictos de interés, siempre presentes, entre quien vende productos financieros y el usuario final. Pero es necesario educarse primero.
Estos fondos generacionales ofrecerán la posibilidad de escoger entres tres alternativas, dependiendo de su nivel de riesgo. No es demasiado lo que se ofrece, pero al fin y al cabo constituye un primer paso. En los Estados Unidos existen más de quinientos fondos generacionales, dentro de un universo cercano a los 8.000 fondos mutuos, 750 fondos que se cotizan en bolsa y cerca de 5.000 acciones, instrumentos todos ellos apropiados para conformar planes de retiro.
Segundo, es un importante adelanto que las firmas comisionistas nos permitan ya negociar acciones locales personalmente a través de la Internet. Con una advertencia. A diferencia de lo que sucede en nuestro medio, desde hace mucho tiempo los académicos (recomiendo leer a los profesores Barber y Odean de la Universidad de California) se han dado a la tarea de estudiar el impacto de esta actividad en la salud financiera del usuario que se dedica a esta actividad a corto plazo o desprovisto de un plan definido. Los resultados no son nada halagüeños.
Claro que para esas firmas el negocio debe ser excelente. Imagínese poder cobrar unos cuantos miles de pesos por cada click que se haga. En todo caso es innegable que se ha dado un paso importante.
Tercero, esas firmas también han evolucionado al facilitar cada vez más el acceso a la última generación de instrumentos financieros apropiados para el inversionista común. En efecto los “exchange-traded funds” (ETFs), aunque mucho más jóvenes que los fondos mutuos tradicionales (nacen en 1993 contra 1924 estos últimos) y todavía más de diez veces inferiores en su volumen de activos ($10 trillones los primeros contra $700 billones de los otros, en cifras norteamericanas), se han constituido indudablemente en la herramienta del futuro por su transparencia, flexibilidad y sobretodo, bajos costos.
Aunque el costo de hacerlo es para nosotros aún supremamente alto, el tiempo y la competencia harán que descienda, lo cual, según numerosos estudios, es de primordial importancia para que un plan de retiro rinda sus frutos.
La revista Dinero dedicó su carátula de septiembre 4 de este año al tema de la importancia de la “sofisticación financiera”. Destacan la falta de regulación y el alto grado de analfabetismo por parte de la población, y sus efectos sobre los bajos niveles de ahorro y de uso de los servicios financieros.
Mencionan algunos esfuerzos aislados, como el del Banco de La República en temas de inflación, tasas de interés, política monetaria y producción de billetes y en concursos sobre temas económicos. Igualmente el de Fasecolda en colaboración con el Sena, en temas como “propia experiencia y autorreflexión” y el juego de “Monopolio”. Y finalmente la Bolsa de Valores con su juego “Bolsa Millonaria”
Pero pienso que los temas verdaderamente relevantes se quedaron por fuera, y para aclararlo vale la pena remitirse un poco a la historia.
A partir de los años ochenta, se produjo en los Estados Unidos un fenómeno conocido como la “democratización de las finanzas personales,” que para muchos analistas de ese país constituye el evento financiero más importante del siglo pasado. Mientras los ahorros de la clase media se canalizaban a un sistema bancario con tasas de interés artificialmente bajas, los millonarios aumentaban sus fortunas en los mercados financieros. Y en un país donde se enfatiza la igualdad de oportunidades, las cosas tendrían que cambiar.
Los norteamericanos llevan entonces un proceso de aprendizaje de casi tres lustros y para encontrar su origen es necesario remontarse a 1934 cuando el profesor Benjamín Graham publicó su primer libro. Sus enseñanzas se mantienen perfectamente vigentes y es enorme la literatura que de ahí se desprende. Uno de sus subproductos es Warren Buffet, su alumno predilecto, hoy por hoy el inversionista más importante del mundo y tema permanente de estudio. Sus asambleas de accionistas son eventos multitudinarios con gran despliegue por parte de los medios.
Años más tarde aparece John Bogle, quien puso a disposición del inversionista particular, a través de su firma Vanguard, los instrumentos indexados con bajísimos costos. Y Daniel Kahneman de la Universidad de Princeton (psicólogo, premio Nobel en Economía en 2002) y toda la escuela behaviorista que se tomó hace ya años el control del mundo académico en el tema de finanzas. Richard Thaler de la Universidad de Chicago y Robert Shiller de Yale encabezan esta lista.
Jugar a la bolsa con dinero ficticio, dejando de lado los sesgos mentales que nos caracterizan como seres humanos, equivale a quedarse estancado al comienzo del camino. Y el punto central de una educación financiera debe estar enfocado al logro de objetivos de largo plazo, actividad en la cual los hispanos hemos sobresalido por ser bastante indolentes de acuerdo con numerosos estudios. No se puede hablar de sofisticación financiera e ignorar olímpicamente estos hechos, sobre los cuales ni la academia ni los medios han tomado conciencia.
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