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Vimos en el blog anterior cómo, de acuerdo con un estudio en la Universidad de California sobre la bolsa de Taiwán, ocho de cada diez particulares que especulan, pierden dinero.  Y que el fenómeno representa, ni más ni menos, una transferencia anual de recursos equivalente al 2.2% del producto bruto de ese país. Tamaña injusticia. La pregunta es, entonces ¿Por qué somos tan propensos a hacerlo?

 

Si nos remontamos al comienzo de esta serie de blogs, vimos que a diferencia de los modelos económicos clásicos con su presunción de comportamientos racionales, los sicólogos modernos han reseñado suficientemente nuestra tendencia innata a tomar atajos mentales que nos impide elaborar juicios óptimos en la toma de decisiones financieras. Una de sus observaciones clásicas: no estaríamos dispuestos a pagar mayor cosa para reducir en un uno por mil la probabilidad de una muerte súbita, mientras que cobraríamos un precio muy elevado por aceptar asumir ese riesgo en las mismas proporciones.
 
La lista de esos sesgos es bastante larga, y dado su carácter predecible y sistemático, son incorporados en los algoritmos de analistas sofisticados.  
 
Lo confirmó alguna vez el mismo Alan Greenspan ante la inminencia del estallido de una nueva burbuja: “Hay un problema importante con la noción que vivimos en una nueva época. Es la psicología humana la que parece ser, ella sí, esencialmente inmutable.”  
 
En el caso que nos ocupa, el primero que salta a la vista es el exceso de confianza. (Fácilmente comprobable por el hecho que todos juramos ser mejores conductores que el promedio) Al generar una falsa seguridad sobre las opiniones propias y los niveles de riesgo asumidos, se incrementa nuestra inclinación a “tradear”.
 
Influye igualmente una marcada tendencia a adquirir acciones involucradas en hechos que recientemente han llamado la atención. (Figuración en los medios, volumen inusual, retornos extremos) De acuerdo con sus cifras, los rendimientos logrados mediante esta estrategia resultan inferiores a los que se hubiesen obtenido mediante el simple hecho de no modificar los portafolios. Con más bagaje, los profesionales son mucho menos vulnerables; apenas los cazadores de noticias salen de compras, éstos están prestos a atenderlos. (Porque la información ya está incorporada en el precio, el evento puede ser irrelevante, o sencillamente porque identifican mejores alternativas)  
 
Sufrimos de aversión a reconocer las pérdidas, lo cual nos dificulta aceptarlas y poder desprendernos de ellas. No tiene nada malo, ni más faltaba, ser inversionista de largo plazo. El problema es que muchas veces decidimos convertirnos después de incurrir en ellas, como tratando de negar los hechos.   
    
Hacemos inferencias a partir de muestras poco representativas, sufrimos de instinto de horda, concedemos excesiva importancia al pasado, agravado esto por el hecho que la estructura de las instituciones y los mercados cambian cada vez más rápido.  
 
Todo lo anterior sin mencionar el problema de la información privilegiada que tanto se viene ventilando por estos días en los Estados Unidos, el mercado más reglamentado y controlado del mundo. 
 
Vale la pena recordar la definición de “inversión” por parte del profesor Benjamín Graham en la primera parte del siglo pasado: Es una operación basada en análisis concienzudo que promete seguridad del capital y retorno adecuado. Todo lo demás es especulación. Hay especulación inteligente, así como varias formas en que deja de serlo;  ésta se presenta cuando lo hacemos pensando que estamos invirtiendo, cuando al carecer de conocimientos suficientes tomamos la actividad en serio y no como un pasatiempo, y cuando ponemos en juego dineros que no podemos darnos el lujo de perder. 
 
Para quien no esté aún convencido, lo invito cordialmente a leer las siguientes notas, publicadas en Portafolio:
 
http://www.portafolio.com.co/opinion/analisis/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR_PORTA-7633973.html
 
http://www.portafolio.com.co/opinion/analisis/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR_PORTA-7731960.html

 

http://www.portafolio.com.co/opinion/analisis/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR_PORTA-8343706.html
 

Comentaba un lector que tradear es un deporte extremo. Eso es cierto, pero no debe practicarse a costa de sacrificar un plan de retiro que nos permita vivir dignamente los últimos treinta años de nuestras vidas, de acuerdo con la tendencia de las cifras demográficas actuales.  hadler@stanfordalumni.org

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