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hadler@stanfordalumni.org

La siguiente es la segunda nota donde tuve la oportunidad de aludir al profesor Thaler, el nuevo premio Nobel en Economía, y publicada en Portafolio en marzo 18 del 2010, bajo el título “Sesgos mentales.”

“¿Por qué fueron tan pocos los economistas que anticiparon la reciente crisis de crédito?” “¿Por qué tanta ceguera ante fallas catastróficas inminentes en una economía de mercado?”

Son preguntas que se hacía Paul Krugman en nota publicada por el New York Times en septiembre del año pasado.
Su respuesta: “Porque voltearon los ojos ante las limitaciones de la racionalidad humana. Se enamoraron de una visión idealizada de un mundo donde individuos racionales interactúan a través de mercados perfectos”. Confundieron la realidad con la belleza de sus modelos matemáticos, explica. Esa visión romántica los llevó a ignorar todo aquello susceptible de terminar mal.

James Montier, experto en finanzas, especializado en el área del comportamiento (y practicante incondicional de las enseñanzas de Benjamin Graham y de su pupilo predilecto, Warren Buffet) aclara en sus libros el fenómeno. (Si no nos resulta tan familiar su nombre, es porque se crió en Inglaterra, aunque actualmente hace parte del equipo de GMO, el de Jeremy Grantham, uno de los pocos que nos advirtieron oportunamente sobre la inminencia de esta crisis.)

Nuestra mente, aclara, se ha venido refinando de acuerdo con el proceso evolutivo. Pero como éste transcurre al ritmo glacial, resulta que en este momento solo estamos perfectamente adaptados para el medio que enfrentamos 150.000 años antes, cuando habitábamos las planicies africanas. Lamentablemente, es mucho lo que falta para adecuarnos del todo a las necesidades de la era industrial que comenzó hace tres siglos, y aún mucho más para esta etapa informática.

Cita Montier a Douglas Adams: “Muchos piensan que cometimos un gran error bajándonos de los árboles. Peor aún, a lo mejor nunca debimos haber salido del océano. Quizás fueron nuestros primeros errores, pero seguro que no serán los últimos.”

Vale la pena recordar que un practicante de esta escuela ya se ganó un premio Nobel de Economía (tal vez en realidad ya son dos, al incluir el otorgado a Herbert Simon en 1978, con su teoría de la “racionalidad limitada.”)

En efecto Daniel Kahneman, el santo patrono de sus practicantes, es un sicólogo israelí que recibió ese premio en 2002 por sus trabajos relacionados con los procesos mentales en la toma de decisiones que involucran probabilidad y riesgo; ahora es profesor emérito en la Universidad de Princeton. (De no haber fallecido, su colega y amigo del alma, Amos Tversky, seguramente habría compartido los honores)

Sus seguidores se tomaron hace ya mucho tiempo el control del mundo académico en las facultades de economía y finanzas en muchas universidades de países avanzados. Richard Thaler, su más ilustre exponente en el mundo académico, y con un indiscutible liderazgo a lo largo de cerca de treinta años, hace ya un buen rato desplazó a Eugene Fama (el gran defensor de la teoría de los “mercados eficientes”) a una oficina de mucha menor relevancia en la Universidad de Chicago. Cientos de profesionales del ramo están desparramados por todo el mundo.

Fue a ellos a quien acudió el gobierno norteamericano, en la época del segundo presidente Bush, para reformar el sistema de seguridad social y pensiones, en la búsqueda de soluciones para enfrentar la apatía de un buen número de sus compatriotas

Han demostrado que en decisiones que involucran probabilidad y riesgo, somos bastante irracionales. Pero al identificar adicionalmente que lo somos de una forma sistemática y predecible, Thaler y sus seguidores han desarrollado, a través de empresas de inversión, algoritmos que se lucran gracias a esos sesgos mentales que nos aquejan a la gran mayoría de los mortales.

Para buscar su origen, es necesario remontarse a esas épocas cuando nos enfrentábamos a la toma de decisiones rápidas de vida, subsistencia y muerte, como por ejemplo, al tener que evitar ser devorados por un tigre, o ante la inminente necesidad de cazar un antílope.

Trasladados al mundo financiero moderno, nos hace susceptibles de cometer todo tipo de errores, como perseguir rentabilidades, correr a salir de una inversión ante el menor contratiempo, saltar como locos de un lado a otro bajo la ilusión de poder superar al mercado.

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