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Doctor Damián Pachón

Nuevamente el Doctor en Filosofía Damián Pachón Soto nos comparte un análisis de coyuntura donde nos invita, en medio de la actual crisis, a aprender del pasado para no caer en la desesperación, ni en el nihilismo, ni en el voluntarismo político ciego y violento.

2019: revueltas sobre el dintel del tiempo histórico

Por: Damián Pachón Soto                                                  

dpachons@uis.edu.co

La historia es maestra, lo sabía bien Nicolás Maquiavelo. Por eso acudía a la antigüedad, a la historia labrada por los hombres, para aprender de ellos y, de ésta manera, fundar un orden nuevo, una república que hiciera realidad la unidad de Italia y que fuera cauce de vida para la comunidad política.

Hoy, en plenos albores del siglo XXI, donde se pronosticaron tantos cambios, queda también aprender de la experiencia, de la historia, del pasado. Se hace necesario, pues, tener conciencia histórica, ya sea para reconocer y traer al presente la historia sacrificial de occidente, donde la sangre ha labrado el porvenir, donde la civilización misma, como decía Nietzsche, “se basa en la profundización y espiritualización de la crueldad”; ya sea agradecer sus logros y la memoria de quienes se inmolaron en sus altares por los derechos de los que hoy gozamos; o para aprender de ella y no desesperar en momentos de crisis, pues la ceguera intelectual (o de cualquier tipo), no es la mejor aliada del entusiasmo.

Este ejercicio implica un alto, un mirar hacia atrás y un intento de reconstrucción de nuestro presente, una pasión por el sentido y por la razón de los hechos, los sucesos, los acontecimientos. Como decía María Zambrano: “el pasado inmediato completa esa imagen mutilada, la dibuja más entera e inteligible”. Ese pasado inmediato es la cruenta historia del siglo XX: los millones de muertos de hace un siglo en la primera guerra mundial, mucho de ellos asfixiados por los gases, enterrados en las trincheras, despedazados por las bombas y aplastados por los tanques…víctimas de la irracionalidad humana; lo son también las víctimas del fascismo italiano, de la Guerra Civil española, de la dictadura de Francisco Franco; igualmente, los millones de muertos en la Segunda guerra mundial, los asesinados en las cámaras de gas o los condenados en Siberia por Stalin…las víctimas de la guerra de Korea o de Vietnam…víctimas de los extremismos políticos, de las dictaduras y lo totalitarismos.

Y a finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI millones de muertos más en las guerras de Oriente, en los Balcanes…en fin, si miramos hacia atrás, vemos la historia como un matadero perpetuo, fruto de la estupidez puesta en marcha, como decía E.M., Cioran. Y, sin embargo, ¿cuantos mantuvieron la antorcha de la esperanza en lo alto, la luz de la razón encendida en medio de la oscuridad de la barbarie, la compasión volcada hacia el otro en medio de la penuria y la fragilidad de la vida; el amor por la vida en medio de las tumbas de la muerte? Sí, millones de ellos lo hicieron… y sobrevivieron. De esos aciagos momentos de catástrofe y destrucción aprendemos que la vida no ha sido fácil…y que es falso, como decía Sábato, que todo tiempo pasado fue mejor. No. La historia del hombre no ha sido el paraíso en la tierra, ni el Edén o la Edad de Oro realizada. Ha sido difícil, transida por el conflicto, la violencia, la guerra…justo por eso es que la paz tiene tan alto valor moral, porque la humanidad ha tenido sólo migajas de ella, sólo la ha visto y la ha disfrutado fugazmente.

Nuestro pasado inmediato es también el fin de la Guerra Fría, y el triunfo del neoliberalismo en las últimas décadas. Pero el fin de esa guerra no significó, como ingenuamente pensó Francis Fukuyama, el “fin de la historia”, pues mientras haya hombres hay historia, sino que alimentó miríadas de conflictos nacionales, étnicos y raciales, tal como se dio en los años noventa, muchos de los cuales perviven hoy. Pero ese triunfo del capitalismo, con sus valores exitistas, el individualismo, el consumismo, el egoísmo, el hedonismo, la indiferencia, la gran despolitización de la aldea global y la trivialidad general impuesta por las mass media en una sociedad pomposamente banal, ese triunfo que ha llevado a cuestionar la posibilidad misma de la existencia, al acrecentar el daño ambiental, la crisis energética, la lucha por los recursos (como el petróleo, el litio, el agua, etc.), que ha incrementado la pobreza y la desigualdad y el hambre en un mundo donde mueren más de 30.000 niños al día por desnutrición; ese triunfo del neoliberalismo, repito, parece haber llevado a un estado de inconformidad con la estructura general de los sistemas políticos, desencanto de la democracia y deseo de reestructuración de las bases mismas de la sociedad. Es eso lo que ha explotado en el mundo en Francia, Líbano, Ecuador, Chile, Argentina, entre otros países.

Si desde los noventa el neoliberalismo pareció haber triunfado, ya desde el año 2008 la crisis económica mundial, de la cual no nos hemos recuperado, evidenció que lo que estamos viviendo hoy es una crisis civilizatoria, una crisis de un modelo de vida que se hizo inviable y que requiere ser cambiado. En toda crisis algo muere, se desvanecen las viejas creencias, se caen los pilares y los fundamentos del orden, algo fenece y algo etéreo empieza a brotar en las entrañas del tiempo histórico…es sobre el lomo de este tiempo, de esta crisis, de este interregno como lo llamaba el sociólogo y filósofo Z. Bauman, donde nos encontramos.

El 2019 parece ser un momento de quiebre, un momento sobre el dintel del tiempo histórico donde renace la protesta social que se inició con la llamada Primavera árabe. Pero ahora no se trata de derrocar dictadores entronados en el poder por décadas, sino de algo más sustancial: se trata de redefinir la gramática misma de la sociedad, esto es, los principios mismos sobre los cuales se ha fundado la distribución del poder político, económico, la distribución de la riqueza…es una lucha más sustantiva en contra de viejas jerarquías y exclusiones; es la lucha contra los poderes económicos y sus cómplices en la dirigencia de los Estados; es un cuestionamiento contra las imposiciones del neoliberalismo a las democracias, y contra la desposesión de las garantías sociales y la precarización cada vez mayor de la vida.

La actual es una generación que despierta, donde sus demandas ya no caben en las fórmulas a priori de las doctrinas revolucionarias de los años sesenta, sino donde su diversidad y pluralidad exigen un nuevo horizonte para la acción política. Cada “generación que despierta se siente protagonista de la historia” o, mejor, se perciben como obreros de su tiempo, y es allí donde se juega el porvenir mismo de esta civilización. Desde luego, la tarea no es fácil, pues es normal que los privilegiados de un determinado orden social defiendan sus privilegios, pero también lo es que en el espacio social se da el antagonismo político, la lucha mediática y discursiva, y la gran batalla por el sentido del mundo que se quiere construir. El resultado es imprevisible. Es en esa tensión, en esa lucha por una determinada concepción del hombre y de la vida, donde inteligencia, la pasión, los afectos construyen los pivotes del nuevo anuncio que trae toda revolución. ¿Qué nos anuncia, entonces, el año 2019? La aurora aún no ha esclarecido suficientemente, y está lejos de imponerse en el medio día.

La crisis actual, pues, debe aprender del pasado, para no caer en la desesperación, el nihilismo y el voluntarismo político ciego y violento; para tener presente que la historia misma es el “reino de la posibilidad en el reino de la necesidad”, como bien lo dijo Herbert Marcuse.

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