El ‘empute’ de Pedro Gómez
Esto fue como a comienzos de abril del 98. Mi jefe de redacción en El Tiempo, Francisco Santos, me llamó a su oficina afanado: “Cargai… me ha llegado información de que Pedro Gómez está grave… que está vendiendo el avión privado y varios hoteles para salir de la crisis… que en su firma va a haber un recorte brutal. Investigue con mucho tacto y escríbase una buena historia al respecto”, me dijo.
Y efectivamente, antes de hablar con Gómez consulté con fuentes muy cercanas que me confirmaron la difícil situación por la que estaba atravesando. Se trataba de uno de los empresarios y constructores más exitosos del país, y de los pocos que contaban entonces con el privilegio de tener jet privado. Y quizás por esta misma razón era tan soberbio.
De hecho, el rumor de que le estaba investigando sus finanzas llegó a sus oídos antes de que yo lo contactara. Así que llamó al periódico y me pegó tremenda regañada: “Yo no estoy quebrado. Deje de estar recogiendo chismes por ahí. Lo hago responsable de cualquier información que puede afectar la imagen de mi compañía”, me dijo emputado.
Pero al final logré que aceptara recibirme en su oficina para conversar sobre el tema. Y tremenda oficina, en el Centro Comercial Andino. Me fui con el mejor trajecito que tenía y con los zapatos bien embolados. Y en efecto, me recibió con dos piedras en la mano y me miró de los pies a la cabeza. No sabía como romper el hielo… entonces empecé a mostrarme muy sorprendido por esa galería de arte tan espectacular que tenía en su oficina: cuadros originales de Botero y de Obregón… esculturas de Grau de Rayo… entre muchas otras obras. Y le di en el clavo. “¿Cree que esta es la oficina de un empresario quebrado?”, me dijo…
Así que lo puse a que me contara la historia de cada una de esas obras y cómo las había obtenido. Y se regó. Al cabo como de media hora le dije “bueno… pero estas como que se salvaron porque el avioncito sí voló”… jejejje
Ya mucho más relajado, me contó que no estaba quebrado y que en 30 años Pedro Gómez & Cía nunca había dejado de cumplir con una sola de sus obligaciones. Pero que la crisis por la que atravesó el sector de la construcción durante los dos últimos también lo había afectado.
La subida de las tasas de interés, la caída de la demanda de vivienda y la recesión de la economía vividas entre 1995 y 1997 produjo en las empresas de la construcción una fuerte tendencia a la iliquidez. Y la compañía de Pedro Gómez no fue la excepción.
Y me confirmó que esta situación lo obligó a salir en busca de la liquidez necesaria para cumplir con el pago oportuno de sus acreencias. Por eso tuvo que vender su avión particular, un jet West Wind, cuyo costo oscila entre 3 y 5 millones de dólares. Así mismo, Gómez puso en venta un poco más del 50 por ciento de su estructura hotelera, la cual pasó a manos de la multinacional francesa Brenco y Cía. El negocio incluyó los hoteles Casa Medina y Charleston en Bogotá, el Santa Teresa de Cartagena y el hotel de Cucunubá, en Cundinamarca.
Sin duda fue un golpe muy duro, pues su emporio hotelero fue uno de sus mayores sueños y se constituía en uno de sus principales logros.
“Pero a la hora de los cumplimientos toca separar el corazón de los negocios. La recesión de la economía produce en empresas como la mía tendencia a la iliquidez, lo cual es la antesala del incumplimiento de los compromisos adquiridos. La actitud normal de un empresario es buscar liquidez. Por eso yo salí a vender activos importantes que, en otras circunstancias, no hubiera vendido”, me explicó Gómez.
De esta manera logré redactar una muy interesante historia sobre la manera como el empresario y su compañía estaban enfrentado la crisis, a la que el periódico le dio página entera un domingo 12 de abril de 1998 y que titulé: ‘Pedro Gómez no da su brazo a torcer’.
Comentarios